lunes, 26 de octubre de 2020

En la tierra como en el cielo

 

Evangelio del domingo 1 de noviembre de 2020

En la tierra como en el cielo. (Mateo 5, 1-12)


Hace ya muchos años, estaba yo de diácono en San José de la Rinconada, Antonio, un hombre muy bueno, muy cercano a la parroquia, pero con severos problemas mentales, me comentó que habían intentado que entrara en una iglesia evangélica: “Dicen que, si voy con ellos, en el cielo tendré caballos y todo lo que me guste. Pero eso cómo va a ser, si yo tengo caballos, alguien tendrá que cuidar las cuadras. Y volvemos a que haya señoritos que lo tienen todo y jornaleros que no tienen de nada. ¿Cómo va a ser eso el cielo?”. La perspicacia y la ingenuidad de Antonio lo hacían comprender lo que muchos no alcanzan.

Nuestros afanes por poseer, por ser más que los otros, nuestros odios y rencores, nuestras superficialidades y obsesiones, desaparecerán. Nuestra necesidad de acogida y de perdón, nuestra necesidad de amar y ser amado, la exigencia de claridad y de justicia que sentimos, se verán plenamente colmadas. Amor sin posesión, acción de gracias sin sombra, contemplación continua de la bondad de lo creado y del Creador. Eso tendrá que ser la bienaventuranza en el cielo.

La bienaventuranza en la tierra es parecida: la alegría sencilla de quien disfruta de la bondad de lo creado; la alegría serena de quien goza más en el dar que en el recibir; desear de corazón que todos podamos tener una vida cumplida donde expresar lo que llevamos dentro; la alegría de compartir y compartirnos con los que queremos y con los más pobres; contemplar continuamente la bondad de lo creado y del Creador, unidos a Jesucristo, impulsados por su Espíritu.

Y para ir haciéndolo realidad: trabajar y amar; trabajar sencillamente con los dones que se nos han dado; y amar con sinceridad a Dios y a los hermanos.

lunes, 19 de octubre de 2020

Inconcebible

 

Evangelio del domingo 25 de octubre de 2020

Inconcebible (Mateo 22, 34-40)

Escribo este pequeño comentario al texto del evangelio del domingo dolido, todavía, por una noticia que saltó a los medios de comunicación hace unos días. Veintinueve personas han sido detenidas por tener a personas migrantes trabajando en el campo en régimen de semi-esclavitud, aprovechándose de la situación de precariedad y de carencia de estos migrantes de Nicaragua, Guatemala, Marruecos, y otros países hispano-americanos. Los hacinaban en los coches para el transporte sin medidas de seguridad, algunos viajaban en el maletero; a pesar de las elevadas temperaturas de los meses de julio y agosto, trabajaban en muchas ocasiones desde el mediodía hasta la puesta del sol, sin acceso ni siquiera a agua, por lo que algunos de ellos acababan sufriendo desvanecimientos, insolaciones o situaciones de deshidratación.

Después del primer sentimiento de indignación, pensé que alguno de estos propietarios y manijeros podían tener bautizados a sus hijos, ser devotos de una cofradía, decir que eran cristianos; esto me indignaba doblemente… Pero, ciertamente, la ausencia de Dios es tan grande en nuestra sociedad, el ídolo dinero tiene tantos adoradores, que es la falta de fe en un Dios ante quien nada queda oculto, lo que hace que muchos actúen contra su conciencia y contra la más elemental humanidad. La negación de Dios allana la explotación del pobre.

Si explotas a los débiles, ellos gritarán a mí y yo los escucharé, dice el Señor en la primera lectura de la misa. Y el evangelio nos recuerda que el mandamiento principal de la Ley de Dios es amarlo a Él sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Quien se lucra explotando a los más débiles, quien los sacrifica ante el ídolo Dinero, no puede mirar a Jesucristo a los ojos, no podrá decir nunca en verdad que cree en Dios Padre.

miércoles, 14 de octubre de 2020

Fe y política

 Evangelio del domingo 18 de octubre de 2020

Fe y política (Mateo 22, 15-21)

 

En España, tenemos un problema con la política. Muchas veces tenemos la sensación de que nuestros gobernantes no saben gobernar. No es que tengan mala intención, o que pretendan hacer daño a la ciudadanía. Ni siquiera el problema es de las personas; el problema es más grave porque es estructural. Por lo menos así lo creo.

La falta de cultura democrática de nosotros, los ciudadanos, y la lógica de superficialidad y titulares llamativos, impuesta por las redes sociales, hace que nuestro voto no se decida por quién creemos que gestionará mejor los problemas de nuestra sociedad, sino por quién dice la frase más redonda y escandalosa. Quien acusa con más contundencia y maneja mejor los medios de comunicación alcanza la victoria electoral, aunque no sepa después cómo resolver los problemas del pueblo.

Además, las luchas de poder al interior de cada partido político son tan enconadas, y las cúpulas de los mismos tienen tanto poder que quien va escalando puestos en ellos no son los más preparados, ni los más capaces para la gestión de lo público, sino quien más capacidad tiene para la refriega sectaria y para la adhesión incondicional al que manda en ese momento.

La democracia de partidos políticos tiene, como todo en la vida, posibilidades y peligros. Parece que en nuestro caso ahora están pesando más los segundos. Los cristianos, como todos os ciudadanos, hemos de preocuparnos por los problemas políticos y sociales; en nuestra preocupación tiene que estar crear un mundo más justo desde el bien común. Pero cada vez parece más difícil encontrar la manera de hacerlo; y, sin embargo, es imprescindible que entre todos veamos cómo ponernos con efectividad al servicio del bien común.

lunes, 5 de octubre de 2020

Estás invitado

 

Evangelio del domingo 11 de octubre de 2020

Estás invitado (Mateo 22, 1-14)

 

De los satisfechos, líbranos Señor. De esa actitud de autosuficiencia y falsa seguridad que nos aísla de todos, nos hace sentirnos superiores, o nos encierra en la tristeza de la pantalla del móvil, líbranos Señor. El Reino de Dios es de quien, con humildad, se sabe necesitado de Dios y de los demás, de los que se consienten ser vulnerables y falibles, de los que no se ocultan su propio pecado con la certeza de que hay Alguien que los abraza en su debilidad.

El Reino de Dios se parece, nos dice Jesús el próximo domingo, a una fiesta en la que los invitados, llenos de ilusión por la invitación que les han hecho, corren a sus casas a quitarse las ropas de trabajo y a ponerse la ropa de los días de fiesta. Y a la hora convenida van reuniéndose con ganas de cantar, de bailar, de comer juntos, de gastarse bromas y reírse abrazados. Todos alegres por ser invitados por el primogénito del rey de la vida.

Hay quienes no aceptan la invitación; ya tienen bastante comida y bebida en su nevera; o no quieren juntarse con personas de más baja condición social; o la pantalla de su móvil los tiene enganchados por las pupilas; o esperan llegar a ser perfectos esforzándose mucho y llegar impecables a un lugar preferente a ese banquete… Muchas son las razones para no ir, y sólo una para acoger la vida: estar vivo.

A los jóvenes y a los viejos, a las familias y a los que vivimos solos, a los enfermos y a los sanos, a los que llegasteis de lejos y a los que nacimos aquí…, a todos nos llega la invitación de Jesucristo de dejar nuestras rutinas y llenarnos con la alegría de creer, y tener la certeza, de que Dios Padre nos quiere y nos propone caminos para vivir como hijos suyos y hermanos unos de otros. ¡Venga! ¡A ponernos el traje de fiesta!