lunes, 28 de junio de 2021

Con la Iglesia hemos dado, Sancho

 

Evangelio del Domingo 4 de julio de 2021

“Con la Iglesia hemos dado, Sancho” (Marcos 6,1-6)

Buscaba don Quijote de la Mancha, entre las sombras de la noche, el inexistente palacio de la bella Dulcinea del Toboso. Cuando ve la sombra de un edificio alto y robusto, y piensa que había tenido éxito en su búsqueda. Al clarear el día se dio cuenta que no era palacio ninguno sino la torre de iglesia, que allí estaba. Desilusionado, pronunció esta sentencia que ha pasado a nuestro refranero como crítica a un poder institucional al que ni razones ni presiones consiguen mover.

La Iglesia sigue mostrando, a veces, un inmovilismo que justifica el dicho. Cuando mostramos recelo y rechazo contra toda novedad, cuando buscamos los defectos de todo movimiento social y lo juzgamos con dureza, cuando se pretende imponer a toda la sociedad normas morales que solo han de acogerse en la libertad de la experiencia de fe, parece que el refrán tiene razón. Y el hecho es que no faltan entre los discursos eclesiásticos condenas indiscriminadas de la filosofía moderna y de los movimientos sociales que han conseguido hacer avanzar la democracia y la libertad de nuestra sociedad.

Para que se nos escuche con empatía, y nuestras razones sobre la persona y la sociedad tengan eco, san Pablo nos ofrece un camino adecuado: el reconocimiento de las propias debilidades, y vivir con humildad la tarea de anunciar la verdad del Evangelio. Del mismo modo, Jesús –con extrañeza, pero sin condenas-, tuvo que aceptar que sus paisanos no creyeran en él, sin que ello le impidiera anunciar el Reino. También nosotros, aceptando la libertad y la diversidad de la sociedad en que vivimos, tenemos que denunciar con humildad y sin componendas, las ideologías y los comportamientos que deshumanizan, que cercenan la vida, y anunciar la misericordia de un Dios que es Padre y que siempre espera nuestra conversión.

miércoles, 23 de junio de 2021

En lo más humano, Dios.

 

Evangelio del Domingo 27 de junio de 2021

En lo más humano, Dios (Marcos 5,21-43)

Cuando Dios quiso desplegar su poder sobre la historia, para salvar a los hombres de la violencia y el sinsentido que vivimos, envió a nuestra tierra a su propio Hijo hecho hombre como nosotros, que pasó por el mundo como un hombre cualquiera, semejante en todo a nosotros excepto en el pecado.

Esta decisión inaudita e inimaginable de Dios, casi incomprensible para nosotros, nos permite descubrir el poder de Dios en lo más humano: una caricia, un sentimiento de compasión, una broma hecha con ternura, una petición de perdón… En todo lo auténticamente humano, en todo lo verdaderamente humano, está el poder de Dios para despertar la humanidad de quien lo acoge.

Si Dios hubiera querido mostrar su poder desde la imposición y la tiranía, hubiera anulado nuestra libertad y nuestra humanidad. A nadie se le puede obligar a amar; el amor solo lo suscita en nosotros quien nos ama verdaderamente, quien nos ama con paciencia, con alegría, siendo capaz de sufrir por nosotros.

En el evangelio de este domingo, Jesús se nos muestra como transmisor, como dador de vida. Quien se acerca a Jesús se encuentra con una vida que lo conforta y lo consuela, que lo levanta y lo dignifica, que le permite ponerse al servicio, él mismo, de la vida. Una mujer largo tiempo enferma y una adolescente en las puertas de la vida son las testigos del poder divino que tiene la humanidad de Jesús. Una pudo, a escondidas, acariciar su manto; otra escuchó, desde el sueño, la ternura de su voz poderosa.

Cuántas veces, también nosotros, hemos experimentado el poder divino de lo mejor de lo humano, en quien nos permitió que le acariciáramos, en palabras de ternura que nos levantaron.

lunes, 14 de junio de 2021

Oceánico poder

 

Evangelio del Domingo 20 de junio de 2021

Oceánico poder (Marcos 4,35-40)


Hubo un tiempo en el que el hombre se sentía y se creía, por derecho propio, el centro del universo: una desmesura; bien que aquel universo era pequeño y no abarcaba más que desde la cuenca del Mediterráneo hasta poco más allá de Persia, y una pequeña cúpula estrellada que lo contenía todo. Después la humanidad fue descubriendo nuevos mundos, nuevos horizontes, la inmensidad del firmamento; y el hombre tuvo que reconocer que es un pequeño grano de tierra en un mundo que no es más que una minúscula mota de polvo de todo el universo. Y para que no se nos olvide, cada cierto tiempo, viene un virus y nos hacer ver lo precario de nuestra situación.

Pero una vez que sabemos de nuestra pequeñez y vulnerabilidad, podemos disfrutar de la grandeza y del poder oceánico que se despliega en cada pequeña parte del universo. Un poder que nos habla de la grandeza y la creatividad de Quien lo creó. Al contemplar con los ojos, con los oídos y con la piel la hermosura, a veces terrible, de la creación nos sobrecogemos por la grandeza a la que pertenecemos y en la que somos: en Él vivimos, nos movemos y existimos.

Pero todavía nos admira, nos sorprende y nos sobrecoge más el saber que Quien todo lo creó nos quiere como a sus hijos; que Quien todo lo creó nos envió a su propio Hijo, el cual, muriendo por la ira y nuestra violencia de algunos, y ante la indiferencia de muchos, nos abrió, por amor, el camino de la vida eterna.

Somos una nada pequeña e insignificante que el amor de Dios eleva hasta su pecho para protegerla abrazarla. Ni las pretensiones de tu orgullo, ni el hacerte la víctima cuando vienen momentos duros tienen ningún sentido. Vivir es acoger, entregarse, crear y saberse parte del inmenso poder de Dios.

lunes, 7 de junio de 2021

El poder de lo pequeño

 

Evangelio del Domingo 13 de junio de 2021

El poder de lo pequeño (Marcos 4,26-34)

 


Parece que a Dios le gusta servirse de lo pequeño para hacer sus obras más grandes. La vida de las personas, comienza por ser una pequeña célula, insignificante, impotente, en el vientre de una mujer. Y ese pequeño embrión irá creciendo, desarrollándose hasta dar lugar a una persona con capacidad de ser libre y de amar, de ser amado y de crear. Nos dicen los astrofísicos que el universo también comenzó por una explosión de energía inimaginable que ocupaba un espacio pequeñísimo; y que fue expandiéndose y desarrollándose hasta dar lugar al cielo estrellado que, a nosotros, nos admira en las noches de verano, y a los científicos en cada nuevo descubrimiento que hacen.

A Dios le gusta lo pequeño, lo aparentemente insignificante, para realizar su obra. Por eso le gustas tú.

No son tus virtudes y capacidades lo que más ama el Padre de ti. ¡Claro que también las ama! ¡Si él mismo te las ha regalado! Pero lo que lo enamora es tu pequeñez y tu humildad, la gracia de tu espontaneidad, cuando no pretendes ser nada ante nadie, tu servicio y tu sonrisa transparentes, la belleza de tu interior.

El mundo está lleno se personas que quieren ser grandes, y que se empujan y se desplazan unas a otras. Y, como dice el refrán africano: “Cuando los elefantes se pelean quien sufre es la hierba”. Semilla que se siembra en el surco del mundo, eso hemos de ser. Si es semilla de vid o de trigo, que no crece sino unos centímetros desde el suelo, darás pan y vino; si es semilla de palmera, que despide los últimos rayos de sol, darás dátiles dulces y sabrosos.

No pretendas ser ni más ni menos de lo que eres: un hijo queriendo agradecer a su Padre su bondad, dando los frutos para los que está hecho.