Evangelio del Domingo 4 de julio de 2021
“Con la Iglesia hemos dado, Sancho” (Marcos 6,1-6)
Buscaba don Quijote de la Mancha, entre
las sombras de la noche, el inexistente palacio de la bella Dulcinea del Toboso.
Cuando ve la sombra de un edificio alto y robusto, y piensa que había tenido
éxito en su búsqueda. Al clarear el día se dio cuenta que no era palacio
ninguno sino la torre de iglesia, que allí estaba. Desilusionado, pronunció
esta sentencia que ha pasado a nuestro refranero como crítica a un poder
institucional al que ni razones ni presiones consiguen mover.
La Iglesia sigue mostrando, a veces, un
inmovilismo que justifica el dicho. Cuando mostramos recelo y rechazo contra
toda novedad, cuando buscamos los defectos de todo movimiento social y lo juzgamos
con dureza, cuando se pretende imponer a toda la sociedad normas morales que
solo han de acogerse en la libertad de la experiencia de fe, parece que el
refrán tiene razón. Y el hecho es que no faltan entre los discursos eclesiásticos
condenas indiscriminadas de la filosofía moderna y de los movimientos sociales
que han conseguido hacer avanzar la democracia y la libertad de nuestra
sociedad.
Para que se nos escuche con empatía, y
nuestras razones sobre la persona y la sociedad tengan eco, san Pablo nos ofrece
un camino adecuado: el reconocimiento de las propias debilidades, y vivir con
humildad la tarea de anunciar la verdad del Evangelio. Del mismo modo, Jesús –con
extrañeza, pero sin condenas-, tuvo que aceptar que sus paisanos no creyeran en
él, sin que ello le impidiera anunciar el Reino. También nosotros, aceptando la
libertad y la diversidad de la sociedad en que vivimos, tenemos que denunciar
con humildad y sin componendas, las ideologías y los comportamientos que deshumanizan,
que cercenan la vida, y anunciar la misericordia de un Dios que es Padre y que
siempre espera nuestra conversión.
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