Domingo 29 de septiembre
Tolerancia y firmeza (Marcos 9,38-48)
En nuestras sociedades occidentales se ha implantado una virtud moderna que ha desplazado con creces a las tradicionales: la tolerancia. “Cada cual tiene derecho a vivir su vida y a ser respetado por los demás”; “cada cual es dueño de hacer de su vida lo que quiera, sin que los demás tengan que juzgarlo o, siquiera, opinar de él”. Esta orientación se ha vuelto radical reivindicando que todos tengamos que reconocer la identidad que cada persona siente en un momento de su vida.
El mensaje de Jesucristo es profundamente tolerante; él mismo tuvo actitudes que rompían el estrecho molde de la cultura judía de su tiempo. Pero, a la vez, Jesucristo es profundamente firme con todo lo que daña a las personas y les cierra las posibilidades de que el Espíritu las conduzca por su propio camino. Jesús fue firme con quienes querían condenaban a la adúltera; y con quien dando pábulo a sus deseos más mezquinos no encauzan su afectividad desde la familia. Jesús fue tolerante con Zaqueo y con el joven rico, pero fue intolerante con la actitud dañina de poner el corazón en el dinero y la avaricia. Instaba a algunos de los que había curado a volver a su casa, pero era firme ante la tibieza de quien quisiera seguirlo. Es tolerante con todo el que peca, pero no justifica nunca que se dañe a los pequeños y a los débiles.
Jesucristo siempre abre la puerta a todos, la puerta de su amor para que vivamos en su amor de entrega.