lunes, 30 de noviembre de 2020

Tierra Nueva

 

Evangelio del domingo 6 de diciembre de 2020

Esperamos una tierra nueva. (Marcos 1,1-8)

 

Llegará el día en el que la pandemia sea solo un recuerdo. En el que los abrazos no estén restringidos, y en el que podamos mirar la sonrisa franca de quien nos habla. Llegará un día en el nos reunamos sin contarnos, y si nos contamos sea para saber quién no ha venido todavía. En ese día los abrazos podrán ser más sinceros, y los saborearemos más dulcemente; en ese día las sonrisas serán muestra de la alegría del encuentro, sin sombra alguna de falsa cortesía.

Ese día llegará, pero hemos de prepararlo para que no sea un mero volver a lo de antes; a la mediocridad y los cumplidos vanos; al hastío del otro, y a los encuentros que no nos aportan nada. Hemos de preparar el camino para que ese día llegue con menos rencores y enfrentamientos estériles; siendo consciente serenamente de nuestras limitaciones, sin resignarnos a ser vulgares.

Hemos de preparar el camino para llegar a esa Tierra Nueva donde los políticos serán enjuiciados por su capacidad de resolver problemas, no por su márquetin propagandístico; donde cada uno nos preguntemos qué podemos aportar a nuestro pueblo, y seamos felices construyendo un mundo mejor; donde los jóvenes puedan trabajar en un empleo decente, y crear una familia; donde haya más casas con niños que con perros; donde experimentemos, en el centro de nuestra vida, la luz del amor, desterrando el vacío de la desconfianza y la autosuficiencia.

La aurora de ese día ya está despuntando. Y, como luz naciente, irá inundando cada rincón oscuro de nuestra vida si abrimos hasta arriba las persianas.

martes, 24 de noviembre de 2020

Adviento: Entre la desidia y la esperanza

 

Evangelio del domingo 29 de noviembre de 2020

Entre la desidia y la esperanza. (Marcos 13,33-37)

Vivimos esta vida nuestra en constante ambigüedad. Ponemos una vela a Dios y otra, si no al diablo, si a las sombras que esa figura representa. Y así vivimos acostumbrados a un “poquito de hipocresía”. Solo cuando reconocemos con sinceridad nuestras limitaciones caminamos en la verdad de la humildad. Otras veces empleamos la mayor parte de nuestros esfuerzos por disimular nuestras deficiencias sin empeñarnos en solucionarlas. Nos parecemos a políticos en permanente campaña electoral: “Los problemas no lo son tanto; la culpa de todo la tienen los demás.”

Todos tenemos en nuestra vida “centros de salud acabados y eternamente vallados por no se sabe qué trabas”, y “magníficos y modernistas edificios proyectados para desarrollo  del empleo” cerrados por falta de presupuesto para arreglar los desperfectos por estar cerrados por falta de presupuesto… Al igual que en nuestro pueblo, en cada uno de nosotros la desidia y el desinterés nos hace vivir con rincones llenos de suciedad, con energías inactivas, con telarañas en la conciencia.

Es adviento, estamos entre dos luces, comienza a amanecer. Hay que deshacerse del embotamiento que provoca el acostumbrarse al pecado, y de la desidia ante la injusticia y la maldad; comencemos a preparar un camino por el que los pobres y los humildes tengan un lugar de dignidad en nuestro corazón y en nuestro pueblo; un lugar que nos permita caminar hacia el bien, hacia un amor más grande.

Primera tarea de este adviento: desvélate y revélate contra tus hipocresías, decídete a acabar con tu indolencia y desidia.

lunes, 16 de noviembre de 2020

Hacer posible otro mundo

 

Evangelio del domingo 22 de noviembre de 2020

Hacer posible otro mundo. (Mateo 25, 31-46)

No hay que esperar al final de los tiempos; ni confiar solo a la providencia el fin de la injusticia y de la carencia de lo necesario. Dios mismo envió a su Hijo al mundo para que fuera semilla de nueva humanidad; y el Hijo nos envía a nosotros con su misma misión. El reino de Dios, reino de paz y de justicia, ya está entre nosotros; y de nosotros depende el impulsarlo y hacerlo crecer. La providencia, casi siempre, tiene nombre y apellidos.

La vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro –dice el Papa Francisco-. Un tiempo de encuentros sanantes, solidarios, como los que señala el evangelio del domingo. La visita o la llamada de teléfono al vecino enfermo, sana a los dos que se encuentran. La acción solidaria del grupo de Cáritas es fuente de alegría para los pobres y para la propia comunidad cristiana. Acoger al que viene de lejos y está solo, es agrandar con ternura la propia familia. El mundo nuevo se hace desde el encuentro.

Nuestras pequeñas acciones de ternura fraternal, son algo más que un bello gesto; son acciones eficaces en la construcción del reino que el Padre sueña para nosotros. Objetivo tan grande como “la integración cultural, económica y política con los pueblos cercanos debería estar acompañada por un proceso educativo que promueva el valor del amor al vecino, primer ejercicio indispensable para lograr una sana integración universal” (Fratelli Tutti, 151).

Tu compromiso sencillo con la vida, el cuidado tierno con quien vive en sufrimiento y debilidad, son acciones que impulsan el reino en el que Dios quiere que vivamos. El orgullo y la soberbia desaparecerán, pero ni un solo gesto de amor solidario quedará sin atención ni recompensa; todos y cada uno de ellos serán eternos.

lunes, 9 de noviembre de 2020

Amigos fieles y colaboradores

 

Evangelio del domingo 15 de noviembre de 2020

Amigos fieles y colaboradores. (Mateo 25, 14-30)

Ya no os llamo siervos, a vosotros os llamo amigos –nos dice el Señor en el capítulo 15 del evangelio de San Juan. Eso es una noticia magnífica; ya ante del Señor –es decir, en todo momento-, podemos vivir con plena confianza, alegres de poder colaborar con él en ir sembrando semillas de bondad, sin angustias ni agobios, sin pensar que nos pide más de lo que nuestras fuerzas pueden alcanzar.

¡Qué hermosa es nuestra fe! ¡Cuánta alegría y paz pone en nuestra vida! ¡Cómo nos conoce el Señor, acogiéndonos e impulsándonos! ¡Qué lejos de una religiosidad de miedo y de condenas! Nuestro Dios confía en nosotros, nos concede un amplio margen para que vivamos en libertad y desarrollemos nuestra creatividad, para que vivamos en un amor abierto, expansivo y fecundo. Y después de todos esos dones, nos promete el don de una comunión plena con su verdad y su vida.

No seas nunca medroso ni desconfiado. Intenta vivir con rectitud, sin que te angustien tus debilidades; afronta los retos que la vida te depara, sabiendo que todo va a acabar bien. Que nadie, ni tú mismo, te meta miedo en el cuerpo ni en el espíritu. Pero no te abandones indolente, alienado y adocenado en la superficie de alguna pantalla. La vida es para vivirla: reconoce los dones que Dios te ha dado, y haz que se desarrollen y crezcan para el bien y la alegría de todos.

Así, cada día tendrás el premio de la paz y la serenidad que solo Dios puede dar. Así, al final de tu vida, tendrás el corazón enriquecido de nombres y de afanes. Así, en la otra vida, podremos dejarnos abrazar por el Padre y el Hijo en el Espíritu, humildes y agradecidos, conscientes de nuestros pecados y de nuestra dignidad personal.

lunes, 2 de noviembre de 2020

La penúltima palabra

 

Evangelio del domingo 8 de noviembre de 2020

La penúltima palabra. (Mateo 25, 1-13)

Algunas veces decimos con amargura: “Tenemos lo que nos merecemos”. Casi siempre es el reconocimiento de una culpa, de nuestra responsabilidad en las situaciones negativas que nos vienen. Es ese un sentimiento sano, porque crece en la verdad. Muchas veces en la vida, tenemos lo que hemos ido amasando con nuestra desidia o con nuestro pecado, con nuestra inconsciencia y nuestra falta de previsión. Cuando son siempre los demás los que tienen la culpa de todo lo malo que nos pasa vivimos en la mentira. Piensa en alguno de esos momentos de tu vida en que recibiste, desgraciadamente, lo que merecías. Ya no tiene arreglo, claro; pero perder no siempre es perder, puede ser aprender para otra vez. Otras veces: “tenemos lo que nos merecemos”, alude a una responsabilidad compartida: sufrimientos colectivos a causa de irresponsabilidades colectivas en las que nosotros no siempre hemos caído. 

De cualquier manera, la palabra que tú puedas decir sobre tu vida nunca será la última, solo será la penúltima palabra. Nuestro decir es tan débil y quebradizo, tan mudable e inestable… La última palabra sobre tu vida la tiene quien te ama. Y a quien te ama no le importan tus pecados o tus responsabilidades, tus debilidades o tus incoherencias. A quien te ama le importas tú. Que no se te olvide esto nunca.

"No te aflijas como si fueras una persona sin esperanza", consolémosnos con estas palabras de Pablo a los cristianos de Tesalónica. Porque la última palabra en nuestra vida la tiene el que es Señor de Misericordia. Mientras tanto que nuestras palabras y acciones sean dignas del amor que nos entrega.