Evangelio del domingo 6 de diciembre de
2020
Esperamos una tierra nueva. (Marcos 1,1-8)
Llegará el día en el
que la pandemia sea solo un recuerdo. En el que los abrazos no estén
restringidos, y en el que podamos mirar la sonrisa franca de quien nos habla.
Llegará un día en el nos reunamos sin contarnos, y si nos contamos sea para
saber quién no ha venido todavía. En ese día los abrazos podrán ser más
sinceros, y los saborearemos más dulcemente; en ese día las sonrisas serán
muestra de la alegría del encuentro, sin sombra alguna de falsa cortesía.
Ese día llegará, pero
hemos de prepararlo para que no sea un mero volver a lo de antes; a la
mediocridad y los cumplidos vanos; al hastío del otro, y a los encuentros que
no nos aportan nada. Hemos de preparar el camino para que ese día llegue con
menos rencores y enfrentamientos estériles; siendo consciente serenamente de
nuestras limitaciones, sin resignarnos a ser vulgares.
Hemos de preparar el camino
para llegar a esa Tierra Nueva donde los políticos serán enjuiciados por su
capacidad de resolver problemas, no por su márquetin propagandístico; donde
cada uno nos preguntemos qué podemos aportar a nuestro pueblo, y seamos felices
construyendo un mundo mejor; donde los jóvenes puedan trabajar en un empleo
decente, y crear una familia; donde haya más casas con niños que con perros;
donde experimentemos, en el centro de nuestra vida, la luz del amor,
desterrando el vacío de la desconfianza y la autosuficiencia.
La aurora de ese día ya
está despuntando. Y, como luz naciente, irá inundando cada rincón oscuro de
nuestra vida si abrimos hasta arriba las persianas.