Evangelio del domingo 15 de noviembre
de 2020
Amigos fieles y colaboradores.
(Mateo 25, 14-30)
Ya no os llamo
siervos, a vosotros os llamo amigos –nos dice el Señor en el capítulo 15 del evangelio de
San Juan. Eso es una noticia magnífica; ya ante del Señor –es decir, en todo
momento-, podemos vivir con plena confianza, alegres de poder colaborar con él
en ir sembrando semillas de bondad, sin angustias ni agobios, sin pensar que
nos pide más de lo que nuestras fuerzas pueden alcanzar.
¡Qué hermosa es nuestra
fe! ¡Cuánta alegría y paz pone en nuestra vida! ¡Cómo nos conoce el Señor, acogiéndonos
e impulsándonos! ¡Qué lejos de una religiosidad de miedo y de
condenas! Nuestro Dios confía en nosotros, nos concede un amplio margen para
que vivamos en libertad y desarrollemos nuestra creatividad, para que
vivamos en un amor abierto, expansivo y fecundo. Y después de todos esos dones,
nos promete el don de una comunión plena con su verdad y su vida.
No seas nunca medroso ni
desconfiado. Intenta vivir con rectitud, sin que te angustien tus debilidades;
afronta los retos que la vida te depara, sabiendo que todo va a acabar bien. Que
nadie, ni tú mismo, te meta miedo en el cuerpo ni en el espíritu. Pero no te
abandones indolente, alienado y adocenado en la superficie de alguna pantalla. La
vida es para vivirla: reconoce los dones que Dios te ha dado, y haz que se desarrollen
y crezcan para el bien y la alegría de todos.
Así, cada día tendrás
el premio de la paz y la serenidad que solo Dios puede dar. Así, al final de tu
vida, tendrás el corazón enriquecido de nombres y de afanes. Así, en la otra
vida, podremos dejarnos abrazar por el Padre y el Hijo en el Espíritu, humildes y agradecidos,
conscientes de nuestros pecados y de nuestra dignidad personal.
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