martes, 31 de diciembre de 2019

Lo que solo la fe ve


Evangelio del 6 de enero del 2020
Lo que solo la fe ve (Mateo 2,1-12)



Nadie pudiera imaginarse que el Hijo de Dios, el Señor del Universo pudiera venir al mundo en una casa humilde y sencilla, como los más pobres de su pueblo. Si los Sabios de Oriente no hubiesen caminado guiados por una estrella, nunca hubieran encontrado al salvador. Pero fue una pequeña luz que parecía perdida entre las infinitas luminarias del firmamento la que los guió. Ellos buscaron al Niño, sobrepasaron obstáculos y dificultades, pero sin la estrella nunca lo hubieran encontrado.

La fe es para todos los creyentes esa luz que nos guía en nuestra vida y que nos hace ver, en medio de las dificultades y los sinsabores, el camino de la vida. El sol de la razón ilumina con más fuerza, ciertamente; pero no discrimina, no discierne, no nos hace distinguir lo importante de las distracciones, la publicidad superflua de lo verdaderamente necesario. La luna de los sentimientos nos llena de ilusión o de melancolía, parece que nos saca de nosotros mismos, pero los sentimientos siempre son egocéntricos.  Parece que fue una rara confluencia entre Júpiter y Saturno la que llamó la atención de aquellos sabios, los puso en camino, a la búsqueda del que tiene respuesta al sentido de nuestra vida.

En medio de los pobres y los explotados, entre los que tienen que vivir hacinados porque no pueden pagar una vivienda, entre los que tienen mala fama y peor pinta, entre los forasteros y refugiados, entre las familias que necesitan ayuda…  allí encontraremos al Rey de Reyes, al Hijo de Dios, al Que se Entrega para darnos vida –oro, incienso y mirra-.

martes, 24 de diciembre de 2019

La Palabra se hace familia

Evangelio del domingo 29 de diciembre del 2019
La Palabra se hace familia (Mateo 2,13-23)
¡Cómo estaría la vida en Galilea para que José decidiera emigrar con su mujer y su niño recién nacido a Egipto! ¡Cómo estarán Nicaragua, Venezuela o los países del Sagel para que decenas de miles de personas jóvenes arriesguen su vida para venir a Europa a ser, muchas veces, discriminados y explotados! La vida en Egipto no se las prometía fácil, pero era mejor que la violencia reinante en Judea. Las historias de las familias pobres se parecen tanto unas a otras…

No puede dejar de sorprendernos (admirarnos, sobrecogernos, anonadarnos, maravillarnos) que el Verbo de Dios se hiciera carne para salvarnos. Siendo como somos unos seres vivos frágiles y caducos, con tantas más debilidades que fortalezas, tan sujetos a profundas limitaciones biológicas, hormonales y culturales, ¿cómo es que Dios mismo quiso asumir nuestra naturaleza humana para ofrecernos la posibilidad de elevarnos a su amor y libertad? El amor de Dios es un misterio que nos desborda desde la creación hasta la redención. Nos sobrepasa el poder y la hermosura de la Naturaleza; nos hace sentir pequeños y grandes, a la vez, el milagro de la vida y la sonrisa de un niño; nos deja mudos que el Altísimo acepte entrar hasta lo más profundo en nuestra historia de debilidad y de injusticias para darnos la esperanza que nos trasciende. Pero así quiso que fuera.

Dios quiso que su Hijo fuera la Vida del mundo haciéndose, antes que nada, hijo de familia pobre y migrante; lo hizo nacer donde la vida tiene una mayor densidad y riqueza; donde el espíritu humano se hace por necesidad y amor: cuidado y caricia, miedo y esperanza, debilidad y fortaleza, en una familia de refugiados emigrantes. ¿Puede haber mayor signo de credibilidad en lo imposible de comprender?


lunes, 16 de diciembre de 2019

San José, masculinidad alternativa


Evangelio del domingo 22 de diciembre del 2019
San José, masculinidad alternativa (Mateo 1,46-56)



El signo definitivo de la intervención del mismo Dios en la historia de la humanidad es un niño recién nacido. Más grande que el milagro de que un enfermo sane, es que un niño nazca y, sobrepasando todas las leyes materialistas de la naturaleza, sonría a sus padres. Cada niño es un don que le da sentido a la vida de quien lo engendra y lo cuida.

Vivimos una época que sobrevalora el trabajo profesional y el ocio consumista al que va emparejado; y minusvalora el cuidado y la vida de la familia. Nos parece que un ascenso en el trabajo va a hacernos sentir realizados, que la novedad de un viaje va a llenar nuestras ansias de felicidad, y no es así.

La misión más importante que le dieron a una mujer nunca en la historia fue la de ser madre; la misión más importante que nunca en la historia del dieron a un hombre fue la de cuidar a su mujer y su hijo. José era carpintero, o algo parecido, pero no fue el arte con que ejercía su oficio lo que le dio sentido a su vida. Custodiar, proteger a María y a Jesús fue su misión.

San José ha sido durante siglos la referencia masculina por excelencia en la Iglesia: un hombre que se puso al servicio de la vocación de su mujer, que fue llamada a ser Madre de Dios, custodiando a un hijo que no era biológicamente suyo pero que lo acoge como tal, culminando la obra de la encarnación. Jesús, el Verbo de Dios, se hizo carne en el vientre de María, pero se hizo hombre del pueblo en el taller de José. En momentos en los que se profundiza en el papel que el varón ha de asumir dentro de la familia, San José sigue siendo una referencia profundamente iluminadora: generoso, abnegado, profundo admirador de su mujer, valiente, prudente, trabajador.

lunes, 9 de diciembre de 2019

Juan, se rehabilitan ruinas


Evangelio del domingo 15 de diciembre del 2019
Juan: Se rehabilitan ruinas (Mateo 11, 2-11)


Juan Bautista estaba en la cárcel, y desde allí escucha hablar del profeta de Nazaret, de sus palabras y de sus hechos, y envía a sus discípulos a preguntarle si era el Mesías.

Si Jesús hubiera sido un profesor o un político de nuestro tiempo, le hubiera respondido: “Depende de lo que entiendas por Mesías, porque hay muchas maneras de entender el mesianismo y con algunas resulta que bla, bla; bla, bla; bla, bla.”  Pero Jesús era Jesús y le responde con sus actos: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, y los sordos oyen; los muertos son resucitados y a los pobres es anunciado el evangelio. Y bienaventurado es el que no halle a tropiezo en mí.”

De esta respuesta una cosa nos sorprende: ¿quién iba a encontrar tropiezo en todo lo bueno que estaba haciendo?, ¿quién puede escandalizarse de la bondad para con los más débiles? Al preguntar así somos, por una parte, unos ingenuos, y por otra, un poco  hipócritas.

Todos arrimamos el ascua a nuestra sardina, todos buscamos una buena sombra que nos cobije; la pobreza y las carencias nos asustan, rechazamos lo tosco; nuestra naturaleza tiende a lo más cómodo, a la abundancia. Pero, sobre todo, huimos de la irrelevancia: queremos ser alguien, ser considerados, tenidos como personas valiosas, importantes, decisivas, aunque sólo sea en el ámbito reducido en el que nos desarrollamos. La opción de Jesús por comenzar su misión desde los más pobres sigue siendo piedra de escándalo para muchos cristianos aunque no lo reconozcamos. Jesús no construye desde un solar desescombrado, por suerte parte de nuestras ruinas para llevar adelante su misión.

lunes, 2 de diciembre de 2019

María, la alegría del don


Evangelio del domingo 8 de diciembre del 2019
María: La alegría del don (Lucas 1, 26-38)


Cuando se piensa puede resultar extraño: el día que celebramos la concepción de María, Llena de Gracia, leemos en la liturgia el momento en el que ella concibió a su hijo Jesús. Son dos concepciones distintas, como es obvio, y, sin embargo íntimamente relacionadas, porque María fue concebida llena de gracia para que la Gracia se hiciera presente en la humanidad a través de Jesucristo, su hijo y el Hijo de Dios.

Esa es la lógica de la vida, recibir gracia para poder entregar a los demás una gracia que nos supera. Recibimos la gracia, el don, el regalo de la sexualidad, que nos permite entregar al mundo el don de nuestros hijos, que vienen como un regalo. Cuidamos,  hablamos, acariciamos a bebes que nada entienden y, por sorpresa, nos regalan una sonrisa, signo claro del despertar milagroso de su conciencia.

Cuando alguien tiene una gracia, un don, es capaz de hacer lo difícil con facilidad, de disfrutar lo que para otros supone un sacrificio. Cuando alguien tiene una gracia se alegra al ayudar a los otros, al alegrar la vida de los demás. Esta es la lógica del don. Cuando puedes vivir de lo que más te llena, eres un privilegiado; pero aun siendo tu trabajo,  lo sigues viviendo como un don.

María, en el centro del Adviento, es signo de que toda nuestra humanidad es un don, con el que nos alegramos de poder donarnos. Es el sueño de una humanidad llena de gracia, alejada de todo mal, que nos permite mirar al futuro con ojos de esperanza. Sin darnos cuenta, como ocurre con todo lo importante, al mirar la Llena de gracia, vemos el futuro de lo que anhelamos y deseamos ser. Contemplara a María es poner el corazón en lo que Dios quiere que sea nuestra humanidad.