martes, 31 de marzo de 2020

Atraeré a todos hacia mí


Evangelio del 5 de abril del 2020
Atraeré a todos hacia mí (Mateo  26, 14-27,66)


¿Qué por qué los cristianos le damos tanta importancia a la Cruz y hay más imágenes representando la pasión y muerte que la resurrección de Cristo? Buena pregunta Rudy, y nos servirá para profundizar en un aspecto importante de la fe de los cristianos.

Sin resurrección no habría fe en Cristo, porque la resurrección de Jesús es el triunfo del amor sobre el odio, de la vida de Dios sobre la muerte del pecado, por eso dice San Pablo que si Cristo no hubiera resucitado, nuestra fe sería vana y no tendría sentido. No podríamos rezar a Cristo porque un muerto no escucha, no podríamos confiar en él, no tendríamos esperanza en la vida eterna de nuestros difuntos, ni nuestra fe podría llegar al extremo del sacrificio,  estaría vacío de sentido.

Pero, por eso mismo, la resurrección da un valor tan grande y radical a la cruz de Cristo por amor a los hombres. En su cruz nos mostró el inmenso amor de Dios por nosotros y cómo busca nuestra salvación y nuestra vida; y cómo, también nosotros, hemos de entregarnos, desde la voluntad de Dios, a los demás.

Esa entrega de la propia vida es la que despierta admiración y la que atrae; lo que atrajo a los primeros cristianos a creer incondicionalmente en Cristo fue su entrega valiente, generosa, por amor incondicional, en la cruz. Como nos atrae, en lo más hondo de nuestra humanidad, la entrega de los médicos  y sanitarios que por salvar a otros se exponen día tras día al contagio; o la de los transportistas o dependientes que trabajan día a día para que todos tengamos lo necesario para vivir. Lo que atrae lo más auténtico de lo que somos es la entrega sacrificada y solidaria. La cruz de Cristo atrajo y atrae al mundo. La cruz es el sello que certifica que el amor no se queda a medias.

lunes, 23 de marzo de 2020

Preguntas por whatsapp


Evangelio del 29 de marzo del 2020

Preguntas por whatsapp (Juan 11, 1-45)


Me preguntas, Rudy, el porqué de esta situación de epidemia que estamos viviendo. Sólo te puede decir que no lo sé. Sí sé que no es ningún castigo de Dios, como si Dios Padre hiciera sufrir y morir a alguno de sus hijos para que otros se convirtieran de sus pecados. Ese no es el Padre de misericordia y Dios de todo consuelo que nos enseña el Evangelio.

El Señor siempre está al lado del que sufre y al lado del que ayuda al que sufre. No es un Dios en las alturas, es un Dios encarnado, pasó por un hombre cualquiera de un pueblo pequeño y oprimido.

Pero, ciertamente, algunas cosas nos pasan porque pensamos que vivimos en “los mundos de Yupi”; que con ideas ingenuas y buenas intenciones todo se arregla; que las imprudencias que hacemos nunca van a recaer sobre nosotros. Vivimos en una sociedad adolescente, comenzando por los políticos que nos gobiernan; en parte, estamos pagando su imprudencia y su ineficacia.

Esto, no nos aclara por qué hay virus y por qué hay mal en el mundo. Eso es un misterio. Pero sí nos pone en guardia para que no vivamos como si todo dependiese de nuestra omnímoda voluntad. Muchas veces nuestros errores no tienen “marcha atrás”.

Pero lo que nunca tiene ocaso ni merma es la voluntad de Dios de darnos su vida siempre nueva. Quizás nuestro pecado no sea reparable, pero sí tiene perdón, porque Jesucristo lo ha asumido y lo ha perdonado. En su cruz nuestro pecado y nuestra muerte han sido vencidas. Así que, debemos vivir con toda la lucidez y la prudencia posible; pero podemos vivir con una profunda confianza que llenará nuestra vida con una luz que nos hará mirar siempre el futuro con esperanza.

martes, 17 de marzo de 2020

Nada es tuyo


Evangelio del 19 de marzo del 2020

Nada es tuyo (Mateo 1, 16-24)


Me dices, Rudy, que ya le has dicho a tu novia que quieres bautizarte y, me dices, que se lo esperaba: “Tanto hablar con el cura y tanto ir a la parroquia… mucho estabas tardando.”

A pesar de que ella está bautizada e hizo la primera comunión no es una persona a quien la fe le aporte mucha luz. Eso es, por desgracia, demasiado común. Ahí tienes tu primera tarea como evangelizador y como discípulo de Jesucristo. Sin ser pesado, sin creerte más que nadie, apórtale tu testimonio creyente día a día; expresa, cuando te lo pidan, tus razones para creer; y no dejes que la indiferencia o el anticristianismo del entorno te aleje de Quien será toda tu vida luz en el camino para ti y para tu propia familia.

El amor siempre  es un don, un regalo inmerecido; y la persona que amamos es el don más grande que Dios nos hace. Ella es, para nosotros, presencia del amor de su amor inmenso. Ni tu mujer, ni tus hijos serán tuyos; eres tú el que serás de ellos, y sólo así podrás vivir en acción de gracias permanente. Tú intenta siempre ser bueno con ellos, y cada noche, antes de dormirte, piensa en si estás respondiendo al don que te han entregado. Recuerda a San José, que después de un día amargo, en la noche, recibió el mayor encargo que un hombre puede recibir: ser padre del Hijo mismo de Dios. Cada noche, en intimidad, pregunta al Señor qué te pide, cuál es su voluntad.

Si la mujer ha de ser dulzura fecunda, nuestra masculinidad nos lleva a custodiar serena y decididamente el inmenso tesoro de la vida.  Tu noviazgo, tu matrimonio, tus proyectos de vida no están fuera de la voluntad bondadosa del Padre que busca tu felicidad. Vive con agradecimiento la responsabilidad que te entregarán.

lunes, 9 de marzo de 2020

La sed que nos guía


Evangelio del 15 de marzo del 2020
La sed que nos guía (Juan 4, 5-42)


Me dices, Rudy, que por qué sonrío cuando me dices que mientras más quieres avanzar en la fe en el Señor tantas más dudas tienes y tantos más pecados e incoherencias ves en tu vida.

Mira, aunque te parezca mentira ese es el buen camino. Mientras que vivimos la fe como algo dado por supuesto, dejándonos  llevar por nuestra educación, ni nos planteamos dudas, ni estamos abiertos a la voz del Señor en nuestra conciencia. Pero cuando decidimos buscar a Dios en nuestra vida comienzan las preguntas, y descubrimos cuánto dista nuestra vida de lo que el Señor espera de nosotros. Así que vas por el buen camino.

Cada pregunta que te haces: la moral de la Iglesia, los pecados de su historia, las preguntas sobre la fe y la ciencia…, tienen una respuesta, confía en quienes hemos recorrido ese camino antes. Acercarse al Señor es acercarse a la luz, y la luz pone de manifiesto nuestras sobras: nuestra actitud infantil y egocéntrica, nuestra falta de empatía con los demás, incluso con los que más queremos, el creernos el centro del mundo por encima hasta de Dios… Sin que las heridas vean la luz, no sanan.

Pero lo más importante es que descubras la sed que tienes de amar y ser amado, y que esa sed sólo en Cristo podrás saciarla. Sin el Señor todo el amor que vives será como agua turbia y salobre que deja la boca áspera. Amar a tus padres y hermanos en Cristo, amar a tus amigos y a tu novia en Cristo, amar a los que sufren en Cristo, es el camino a recorrer. Y para ello dejarte amar por Cristo íntima, personalmente. Saber y experimentar que Cristo está siempre en ti para entregarte su vida y su perdón será el agua clara para la sed de vida que sientes en ti.

lunes, 2 de marzo de 2020

Una oración que alumbra


Evangelio del 08 de marzo del 2020
Una oración que alumbra (Mateo 19, 1-9)

   
Me dices, Rudy, que no te gusta rezar, y me extraña porque la oración es el momento de nuestra vida en el que más libertad y amor vivimos. Quizás es que no le encuentres sentido a repetir una oración muchas veces, o a leer páginas de libros con palabras tan antiguas que no entiendes. Pero rezar es otra cosa.

Rezar es entrar en el fondo de uno mismo, en el hondón de tu persona, donde nadie de este mundo puede entrar, y allí descubrir que Dios Padre te estaba esperando para darte un abrazo que te reconcilia y te cura de todas tus heridas, donde te muestra su amor y te da alas para poder vivir en libertad. ¿Cómo no te va a gustar esto?

Rezar es pasar la vida ante la mirada misericordiosa de Dios, que nos llena de paz y de luz. Comienza por ahí. Cuéntale al Señor todo lo que te pasa, dile tus afanes y tus logros, tus problemas y tus pecados. No tengas miedo de reconocer ante Él lo que no reconoces ante nadie, y a ti mismo te cuesta ponerle nombre. El Señor te ama incondicionalmente, y sin ninguna condición te abraza. A Él puedes confiar tu egoísmo y cobardía, las veces que has usado a las personas a tu antojo y las veces que has hecho daño,  cuánto prefieres tu propia comodidad a amar de verdad a los que te rodean. Mientras más sinceros somos en esa oración tanto más va sanando nuestra alma, como si se purgara.

Esa oración te dará una intimidad con el Maestro que vale más que el oro puro. Tu espíritu parecerá que se ensancha, que se esponja, que se llena de luz. El cristiano verdadero irradia alegría y luz en toda su vida. A Jesús, un día que rezaba con sus discípulos, el rostro se le iluminó y sus vestidos blancos como la nieve; así al acercarnos a Él encontramos la luz.