Evangelio del 08 de marzo del 2020
Una oración que alumbra (Mateo 19,
1-9)
Me dices, Rudy, que no te gusta rezar, y me extraña
porque la oración es el momento de nuestra vida en el que más libertad y amor
vivimos. Quizás es que no le encuentres sentido a repetir una oración muchas
veces, o a leer páginas de libros con palabras tan antiguas que no entiendes.
Pero rezar es otra cosa.
Rezar es entrar en el fondo de uno mismo, en el
hondón de tu persona, donde nadie de este mundo puede entrar, y allí descubrir
que Dios Padre te estaba esperando para darte un abrazo que te reconcilia y te
cura de todas tus heridas, donde te muestra su amor y te da alas para poder
vivir en libertad. ¿Cómo no te va a gustar esto?
Rezar es pasar la vida ante la mirada misericordiosa
de Dios, que nos llena de paz y de luz. Comienza por ahí. Cuéntale al Señor
todo lo que te pasa, dile tus afanes y tus logros, tus problemas y tus pecados.
No tengas miedo de reconocer ante Él lo que no reconoces ante nadie, y a ti mismo
te cuesta ponerle nombre. El Señor te ama incondicionalmente, y sin ninguna
condición te abraza. A Él puedes confiar tu egoísmo y cobardía, las veces que
has usado a las personas a tu antojo y las veces que has hecho daño, cuánto prefieres tu propia comodidad a amar
de verdad a los que te rodean. Mientras más sinceros somos en esa oración tanto
más va sanando nuestra alma, como si se purgara.
Esa oración te dará una intimidad con el Maestro que
vale más que el oro puro. Tu espíritu parecerá que se ensancha, que se esponja,
que se llena de luz. El cristiano verdadero irradia alegría y luz en toda su
vida. A Jesús, un día que rezaba con sus discípulos, el rostro se le iluminó y
sus vestidos blancos como la nieve; así al acercarnos a Él encontramos la luz.
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