lunes, 25 de mayo de 2020

Trabajadora incansabe

Evangelio del 31 de mayo del 2020
Trabajadora incansable (Juan 20, 19-23)


Como el cristal que cuanto más limpio, más deja entrar en nuestro cuarto a la mañana y menos reparamos en él; como el aire que llena nuestros pulmones, sin que nos demos cuenta, insuflándonos vida; como la luz que ilumina el rostro de quien queremos, dejándonos ver el resplandor de su mirada. Así es la “Ruah”, el Espíritu de Dios, cuanto más invisible, más necesario; cuanto más imperceptible, más eficaz.

El Espíritu de Dios no deja nunca de trabajar en nuestro mundo. El hace de manos, y pies, y labios y voz del Padre y del Hijo en nosotros. Cada vez que la enfermedad hace más humano a quien la padece, más agradecido con quien lo cuida, más comprensivo con quien es débil, con más capacidad de disfrutar la vida que tiene; es el Espíritu quien trabaja en su corazón para hacer de él mejor persona. Cada vez que un joven siente el empuje del amor a salir de su propio egoísmo, de su cobardía, de su cómoda y alienante soledad para ponerse en manos de quien ama… es el Espíritu quien trabaja en su corazón para que sea fruto en sazón de la vida que lo envuelve. Cada vez que la indignación por la injusticia, por la mentira o por la explotación levanta el ímpetu de una persona y le hace gritar y trabajar para que su tierra sea más humana… es el Espíritu quien alienta su inconformismo y sus palabras de esperanza.

No hay instante en el que el Espíritu no nos acompañe aprovechando nuestras virtudes y nuestro pecado para llamarnos al amor. No hay acontecimiento en que no nos hable al corazón, como el Hijo habló por las aldeas de Galilea. No hay hermano en quien no podamos acoger su impulso y su vida. En la oración, también, nos habla y nos fecunda el Espíritu, desarmando nuestras defensas, alentando nuestro amor.

lunes, 18 de mayo de 2020

Desaprender con sabiduría


Evangelio del 24 de mayo del 2020
Desaprendiendo (Mateo 28, 16-20)


El encuentro con Jesucristo hace que todas nuestras ideas y nuestros conceptos se revolucionen. Su vida y su mensaje son de tal originalidad humana que nuestras costumbres y tradiciones, empolvadas de tiempo y rutina, palidecen. Todo lo nuestro hemos de entenderlo desde Jesús; y cuando intentamos hacer lo contrario, cuando queremos reducir a Jesús a nuestras categorías y esquemas mentales, no logramos entender nada.

“Despliegue de fuerza”, “poder de extraordinaria grandeza”, “plenitud que lo llena todo”… estos son algunos calificativos que la Carta a los Efesios reserva para describir a Jesucristo. Sí, a aquel que murió en una cruz a manos de sus enemigos sin hacer daño a nadie, sino habiendo sembrado perdón y compasión por donde quiera que iba; a aquel que creyeron vencer y aniquilar.

Claro está que su poder no es de imponerse por la fuerza, sino de interpelar nuestra libertad, y lo más profundo de nuestra humanidad, a vivir en coherencia con lo que somos; y su fuerza no es fuerza bruta, ni militar, ni de aniquilar o someter, es fuerza para sanar y restañar, para levantar la esperanza y suscitar amor entrañable; y su plenitud no la consigue a costa de rebajar o humillar a los demás, sino que su plenitud es que todos se ensanchen y crezcan dando frutos de amor verdadero.  ¡Qué difícil y qué necesario es que nuestras ideas y conceptos se llenen del significado con que Cristo los vivió!

La ascensión de Jesucristo a lo más alto del cielo, a la derecha del Padre, es la manera de expresar que el verdadero sentido de la vida de cada persona está en vivir en comunión con Cristo, aunque aún no lo sepa; que el significado de vivir, de amar, de ser es en Cristo donde verdaderamente lo encontramos. Con Él desaprendemos con sabiduría.

lunes, 11 de mayo de 2020

Solo el amor


Evangelio del 17 de mayo del 2020
Solo el amor (Juan 14, 15-21)


Solo el amor convierte en milagro el barro; solo el amor alumbra lo que perdura; solo el amor cambia la noche en día; solo el amor te hace cambiar; solo el amor consigue la maravilla. Ya tuviera toda la ciencia y el saber; ya ofreciera mi cuerpo a las llamas; sin amor, no soy nada. Es la rotunda y hermosa verdad del Evangelio que ilumina nuestra vida: Dios es amor y solo viviendo en el amor caminamos siendo nosotros mismos.

Por eso en los cinco capítulos que San Juan le dedica a la última noche que pasa Jesús con sus discípulos el amor es el centro de todo su “testamento”: el mandamiento nuevo, el servicio humilde al hermano, el amor a Él, el amor de Dios: “el que me ama será amado por el Padre y yo también lo amaré.”

El amor que da sentido a nuestra vida no es un amor emotivo y sentimental que se vacía al expresarse; al amor del que nos habla Jesucristo es un amor como el suyo, de entrega de la propia vida para dar vida a los demás. El amor del que habla Cristo es un amor sereno y profundo, paciente y creativo, alegre y que alegra, que no sabe de qué color es el egoísmo, ni la envidia.

Puedes hacerte dos preguntas, con actitud de humilde afán de crecer en el amor. ¿Cómo amo a las personas que quiero?, ¿quiero que respondan a mis expectativas o las quiero gratuitamente?, ¿quiero ser su alegría cotidiana y todo lo hago para su bien? ¿Cómo quiero a Jesús?, ¿me dejo querer por Él o pienso que tengo que ganarme su amor con mi esfuerzo?, ¿en la oración solo le pido o busco cómo ir haciendo su voluntad en mi vida?

Y ya sabes: Donde no hay amor, pon amor y encontrarás amor.

martes, 5 de mayo de 2020

El atrevimiento de Jesús


Evangelio del 10 de mayo del 2020
El atrevimiento de Jesús (Juan 14, 1-12)
 
Un día me dijo un amigo que presumía de no ser creyente, a pesar de que había tenido una relación de amistad profunda con otro sacerdote, con Diamantino García: “Vosotros los cristianos, yo creo que os centráis demasiado en Jesús; hay muchas otras personas a las que admirar y que pueden servirnos de inspiración. ¿A qué tanta insistencia en Jesús de Nazaret?”

Y parte de razón tenía. Los cristianos tenemos como centro de nuestra vida y de nuestra experiencia religiosa una persona, que vivió en un momento de la historia y en un pequeño país del mundo. Es sorprendente. Más sorprendente aún es que esa persona dijera a sus discípulos: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; quien me ve a mí, ve al Padre que está en los cielos.” No me digan ustedes que no es un atrevimiento inusitado. Y, sin embargo, a lo largo de dos mil años de historia, innumerables personas, desde labriegos iletrados hasta eximios intelectuales, desde revolucionarios políticos hasta ascetas y místicos, han encontrado plenitud y esperanza para su vida en la Vida de Jesucristo.

No llenan nuestro corazón los ideales abstractos con los que soñamos en la adolescencia; ni el amor con condiciones que podemos entregarnos unos a otros desde nuestra limitada libertad. Estamos hechos para acoger un amor que nos haga ir más allá, y vivir corporalmente trascendiéndonos. Ninguna “inmaterialidad de pensamiento” nos puede hacer feliz. Sólo el abrazo y la comunión, el beso y la compañía, la mirada comprensiva y la palabra que alienta, la broma amistosa y la declaración torpe del enamorado, ponen luz en nuestros ojos. Y eso sólo lo puede una persona, frágil, humana, fraterna, que comparta su pan y vino con nosotros.