martes, 21 de julio de 2020

Dos ojos; una boca.


Dos ojos; una boca (Mateo 13, 44-52)


El Señor cuando creó el mundo quiso que tuviéramos dos ojos y dos oídos para que supiéramos orientarnos en el espacio y poder tener experiencia de la profundidad. Las personas podemos mirar la superficie de las cosas, y también ver lo que las cosas y las situaciones son en su verdad. Con una mirada descubrimos lo que está más allá de lo que vivimos, con otra encontramos el sentido profundo de la vida. Las personas somos seres abiertos a la profundidad y a la trascendencia de nuestra vida.

En las parábolas, que las lecturas de cada domingo nos ofrecen en estos últimos días, se nos revela un Jesús que es a la vez un filósofo que descubre los dinamismos íntimos de nuestro corazón y de la vida del pueblo; y un profeta que invita a confiar con esperanza en la voluntad de Dios que hace y hará justicia para defender al pobre. Jesús nos enseña también a tener esa doble mirada; por un lado, mirar y ver al pueblo sencillo; por otro, ver y acoger la presencia de un Dios que es Padre de Misericordia.

Pero sólo tenemos una boca porque nuestra palabra solo puede ser una. O le decimos sí a la sencillez y la bondad, a la verdad y a la justicia con toda nuestra vida; o nos vendemos por un puñado de entretenimiento, de comodidad o de dinero a la injusticia y al mal. Sólo tenemos una boca, una vida, con la que declarar quiénes somos y de qué parte queremos estar. Encontrar el sentido verdadero de nuestra existencia es como quien descubre un tesoro en un campo, y todo lo vende para comprar ese campo con el tesoro que ha descubierto. 

Para Jesucristo, tú eres ese tesoro por el que él dio lo dio todo, hasta su propia vida. ¿Por quién estarías tú dispuesto a entregar tu vida?

lunes, 13 de julio de 2020

El poder del silencio


Evangelio del domingo 19 de julio de 2020
El poder del silencio (Mateo 13,24-43)


Los textos bíblicos tienen la capacidad de cambiar el contenido de algunos conceptos que estructuran nuestra manera de pensar: el poder en Dios solo es poder para hacer e impulsar la justicia; su soberanía se muestra, no en el control sino en la acogida y el perdón. Este domingo el libro de la Sabiduría nos hace mirar a Dios desde una posición más alta que la de nuestra propia razón, y desde ahí descubrimos que “el justo debe ser humano” y que todos “tenemos la dulce esperanza de encontrar perdón en el arrepentimiento”. Palabras que merecen ser meditadas en silencio.

En el silencio Dios actúa con más fuerza y eficacia de la que nadie pudiera imaginar: en el silencio la levadura fermenta la masa para hacerla pan; en el silencio la semilla germina en la tierra para hacerse fecunda; en el silencio crece el niño en el vientre de su madre, anticipo de generosidad y de las sonrisas que va a suscitar; en el silencio Dios habla al corazón del hombre y hace más humana y hermosa su vida.

Lo que destruye muchas veces hace ruido, la vida crece en silencio y en silencio vence a la muerte. Las parábolas de Jesús nos hablan del poder de lo pequeño, de lo sencillo, de lo que aparentemente no es nada: una semilla de mostaza o un poco de levadura que en el silencio y la espera muestran el inmenso poder de Dios para hacer crecer la vida.

Nunca pienses que tu vida es pequeña e insignificante, nunca pienses que no tienes lugar en el plan de Dios. Tú puedes ser semilla de mostaza, levadura en la masa, que hace presente el poder de Dios que recrea y se recrea en el amor, la sencillez y la alegría de sus hijos.

martes, 7 de julio de 2020

Por qué habla en parábolas


Evangelio del domingo 12 de julio de 2020
¿Por qué habla en parábolas? (Mateo 13,1-23)


Las parábolas del evangelio nos remiten al Jesús más primigenio y original. Cercano a su pueblo, hablando con sus palabras y sus experiencias, anunciando una esperanza tan deseada como necesaria, mostrando a los sencillos el camino nuevo que él mismo estaba transitando en comunión profunda con el Padre.

Las parábolas saben a brisa de los campos de Galilea, huelen a la sal de los puertos fenicios de Tiro y Sidón, evocan las piedras en las que se sentaban los pobres de Israel a escuchar al profeta que les predicaba. Unos lo escucharían con ansia de verdad, otros con la suspicacia de quien teme encontrarse con un mero charlatán.

Pero las parábolas interpelan a todos. En la sencillez de su lenguaje a todos nos pone frente a nuestra propia inmadurez y pecado, a todos nos sitúan frente a la llamada radical de Dios a vivir de un modo nuevo.

Las parábolas nos hablan de una religión que no quiere convertirse en ley, sino en invitación; de una experiencia de Dios que no busca definirse en frases estereotipadas, sino que abre a una esperanza siempre nueva. Las parábolas no nos dicen qué, en concreto, debemos hacer; respetan nuestra libertad de adultos que han de afrontar con responsabilidad su propia vida. Y sin embargo, siempre dejan el ánimo en búsqueda, en el reconocimiento de tanto como nos falta para vivir en autenticidad. Se exponen a ser manipuladas, a que se las apliquemos a los otros antes de pensarlas para nosotros mismos, a reducirlas al horizonte de nuestra ideología. Pero el Padre de Jesucristo es así: invita con un amanecer, interpela con la presencia de quien sufre, consuela con una oración, abre nuestros oídos con una parábola.