Evangelio del domingo 12
de julio de 2020
¿Por qué habla en parábolas? (Mateo 13,1-23)
Las parábolas del evangelio nos remiten al Jesús más primigenio y original.
Cercano a su pueblo, hablando con sus palabras y sus experiencias, anunciando
una esperanza tan deseada como necesaria, mostrando a los sencillos el camino
nuevo que él mismo estaba transitando en comunión profunda con el Padre.
Las parábolas saben a brisa de los campos de Galilea, huelen a la sal de
los puertos fenicios de Tiro y Sidón, evocan las piedras en las que se sentaban
los pobres de Israel a escuchar al profeta que les predicaba. Unos lo
escucharían con ansia de verdad, otros con la suspicacia de quien teme
encontrarse con un mero charlatán.
Pero las parábolas interpelan a todos. En la sencillez de su lenguaje a
todos nos pone frente a nuestra propia inmadurez y pecado, a todos nos sitúan frente
a la llamada radical de Dios a vivir de un modo nuevo.
Las parábolas nos hablan de una religión que no quiere convertirse en
ley, sino en invitación; de una experiencia de Dios que no busca definirse en
frases estereotipadas, sino que abre a una esperanza siempre nueva. Las
parábolas no nos dicen qué, en concreto, debemos hacer; respetan nuestra
libertad de adultos que han de afrontar con responsabilidad su propia vida. Y
sin embargo, siempre dejan el ánimo en búsqueda, en el reconocimiento de tanto
como nos falta para vivir en autenticidad. Se exponen a ser manipuladas, a que
se las apliquemos a los otros antes de pensarlas para nosotros mismos, a
reducirlas al horizonte de nuestra ideología. Pero el Padre de Jesucristo es
así: invita con un amanecer, interpela con la presencia de quien sufre,
consuela con una oración, abre nuestros oídos con una parábola.
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