Dos ojos; una boca (Mateo 13, 44-52)
El Señor cuando creó el
mundo quiso que tuviéramos dos ojos y dos oídos para que supiéramos orientarnos
en el espacio y poder tener experiencia de la profundidad. Las personas podemos
mirar la superficie de las cosas, y también ver lo que las cosas y las
situaciones son en su verdad. Con una mirada descubrimos lo que está más allá
de lo que vivimos, con otra encontramos el sentido profundo de la vida. Las
personas somos seres abiertos a la profundidad y a la
trascendencia de nuestra vida.
En las parábolas, que
las lecturas de cada domingo nos ofrecen en estos últimos días, se nos revela
un Jesús que es a la vez un filósofo que descubre los dinamismos íntimos de
nuestro corazón y de la vida del pueblo; y un profeta que invita a confiar con
esperanza en la voluntad de Dios que hace y hará justicia para defender al
pobre. Jesús nos enseña también a tener esa doble mirada; por un lado, mirar y
ver al pueblo sencillo; por otro, ver y acoger la presencia de un Dios que es
Padre de Misericordia.
Pero sólo tenemos una
boca porque nuestra palabra solo puede ser una. O le decimos sí a la sencillez
y la bondad, a la verdad y a la justicia con toda nuestra vida; o nos vendemos
por un puñado de entretenimiento, de comodidad o de dinero a la injusticia y al
mal. Sólo tenemos una boca, una vida, con la que declarar quiénes somos y de
qué parte queremos estar. Encontrar el sentido
verdadero de nuestra existencia es como quien descubre un tesoro en un campo, y
todo lo vende para comprar ese campo con el tesoro que ha descubierto.
Para
Jesucristo, tú eres ese tesoro por el que él dio lo dio todo, hasta su propia
vida. ¿Por quién estarías tú dispuesto a entregar tu vida?
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