lunes, 27 de enero de 2020

silencio sonoro


Evangelio del 2 de febrero del 2020
Silencio sonoro (Mateo 5,1-12)


“Otras veces habíamos escuchado ese silencio entre palabra y palabra, entre frase y frase de Jesús. Es muy raro que en un grupo grande de campesinos y pescadores no haya ninguno que diga algo, o se vaya… Cuando ponía entre la espada y la pared a los fariseos que nos desprecian a los pobres y a los trabajadores, o cuando acusaba a los saduceos y a los herodianos, también se cortaba el silencio y la expectación. Pero aquella vez fue distinto, ni a toser se atrevía nadie.

La brisa en las hojas de los árboles y el canto de los pajarillos hacían aún más sonoro el silencio; nuestros espíritus en vilo y nuestros ojos pendientes de sus ojos, de sus labios, de su rostro.

A decir verdad, nos costaba trabajo entender bien alguna de las cosas que decía, pero después ponía un ejemplo, o nos contaba alguna parábola y todo adquiría sentido; por eso nadie discutía en su interior si Jesús tenía razón o no, todos sabíamos que sí; solo nos preocupábamos por comprender el sentido de sus palabras, la verdad que nos estaba enseñando.

En nuestro interior sentíamos a la vez inquietud y paz, alegría y esperanza, deseos de abrirnos a la grandeza del Todopoderoso y gozo por estar delante de aquel nazareno, que era uno de los nuestros, y que así nos hablaba…

Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos, y en su pobreza pueden encontrar más luz y más gozo que en todas las riquezas del mundo.
Bienaventurados los misericordiosos que se compadecen de sus hermanos necesitados, porque cada día se verán rodeados de la misericordia de Dios que los protege y que endulza más que la miel, y porque se llenarán de una luz que no pueden imaginar.
Bienaventurados los que afrontan la persecución de los hombres por vivir la voluntad de Dios, porque Dios es más grande y más fuerte que ninguno, y todos tendrán que dar cuenta ante Él; alegraos de vuestra fidelidad ante Quien es fiel.

lunes, 20 de enero de 2020

Una luz grande


Evangelio del 26 de enero del 2020
Una Luz grande (Mateo 4,12-23)


El primer libro de la Biblia, el libro del Génesis, comienza con el hermoso relato de la creación, en el que por la Palabra de Dios todo se hace; y lo primero que hizo Dios fue la luz: “Y dijo Dios: “hágase la luz”, y la luz se hizo. Y vio Dios que la luz era buena”. También al comienzo del evangelio, cuando Jesús anuncia la Buena Nueva, es la luz el signo escogido para describir qué ocurrió: «El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.» Una nueva creación acontecía, esta vez en espíritu y en libertad. Un sencillo aldeano de Nazaret, dejó un día su trabajo, y con su palabra hizo despuntar el día.

No deja de sorprender la fuerza de su palabra. Su denuncia de la dureza de corazón, de la idolatría del dinero, de la hipocresía de los que se creen justos, sigue resonando e interpelando hoy. Sus parábolas en las que describe a Dios como Padre de Misericordia y a nuestras vidas en el reto cotidiano de la libertad, siguen inspirándonos, en espíritu y verdad, para recrear nuestra vida. Jesucristo es palabra que crea, que recrea, que reconstruye y sana, que libera y reconcilia.

Pero lo más sorprendente de Jesucristo es que, siendo él un hombre excepcional –Hijo de Dios lo confesamos-, vincula su misión a unos cuantos pescadores, agricultores y comerciantes de la Galilea de los descreídos. Y que siga vinculando su misión a nosotros, con tantas deficiencias y limitaciones como tenemos. Su palabra poderosa sigue diciendo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres.» Somos nosotros ahora los que tenemos la misión de escuchar su palabra y proclamarla con nuestra vida. Ante la cultura de la superficialidad y el egoísmo, ante las injusticias cotidianas que sufren los más débiles, ante el dolor y la angustia de los que viven sin esperanza…¿qué podemos decir?, ¿qué escuchamos de sus labios?, ¿quién deja sus redes y lo sigue?

lunes, 13 de enero de 2020

Tradicionales y progresistas

Evangelio del 19 de enero del 2020
Tradicionales y progresistas (Juan 1,29-34)


Juan, el Bautista, era un antiguo; perdónenme que lo diga, así, con trazo grueso. Juan guardaba el perfil de los profetas antiguos; vivía una vida ascética, rehuía las ciudades –donde se daban cita la corrupción y el vicio--, se permitía encarar e interpelar moralmente a los más relajados de la sociedad de su tiempo. Su denuncia de la corrupción de moral sexual de Herodes lo llevó a la muerte. Su familia tenía cierto “viso”, su padre era sacerdote y oficiaba por turno en el Templo de Jerusalén. Pero era un antiguo de los buenos, de los coherentes a carta cabal, de los que no se “casan” con el poder, ni se arriman al sol que más calienta, de los que tratan al pobre y al rico con la misma actitud de sinceridad y de respeto; de los que buscan sinceramente la voluntad de Dios en su vida y se ponen incondicionalmente a su servicio.

Lo más grande que hizo Juan fue descubrir y señalar a Jesús, el de Nazaret, un aldeano sin estudios, como el enviado de Dios. Y esto, a pesar de que Jesús (perdónenme de nuevo la simplificación), era demasiado moderno para sus criterios. Jesús en vez de retirarse al desierto iba de ciudad en ciudad; en vez de mostrarse ascético y distante, gustaba de dialogar y reír entre la gente; en vez de recriminar y reñir, en cuando veía la actitud de arrepentimiento de una persona la acogía, la perdonaba, restañaba sus heridas y la devolvía sanada a su vida. Interpretaba la ley del descanso semanal de forma flexible, y hasta defendía a adúlteras, publicanos y prostitutas. Todo esto hizo dudar a Juan, que mandó a preguntarle si él era el que tenía que venir o teníamos que esperar a otro. Jesús le respondió con lo esencial del evangelio: “Mi misión es que los cojos anden, los ciegos vean, que las personas recuperen su dignidad y que a todos se les anuncie la esperanza de que Dios es Padre de Bondad”.

¡Pero hay tanto orgullo vano que nos impide mirar lo esencial…! Nos dividimos, nos criticamos y el Evangelio, sin anunciar.

lunes, 6 de enero de 2020

Sorpresa de Bautismo


Evangelio del 12 de enero del 2020
Sorpresa de Bautismo (Mateo 3,13-17)

Podemos imaginarnos a Jesús, ya como hombre maduro de más de 30 años, yendo hacia el Jordán para simbolizar su paso a la vida pública de manos de Juan el Bautista, el último de los profetas. Pero no fue así. La experiencia del bautismo significó para Jesús una novedad, podríamos decir que una sorpresa. No fue algo premeditado, sopesado, controlado. Tan de sorpresa le pilló que después tuvo que ir al desierto 40 días a asumir personalmente la misión que allí se le había entrañado.

La vida espiritual es así. Dios no espera a que estés maduro, a que lo tengas todo claro. Te llama, te inunda con su presencia, te hace ver la hermosura de la misión y, después, deja que lo madures y lo asimiles, y veas cómo tienes que ir respondiendo a su llamada.

Vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».

“Tu Espíritu se ha posado sobre mí y permanece en mí. Pero, ¿qué significa que soy tu Hijo amado?, ¿cómo tengo que vivir a partir de ahora?, ¿qué camino es el que tengo que asumir para mostrar que siendo Hijo del Padre soy Hermano de todos para rescatar a muchos? ”

La llamada que Dios nos hace no nos pertenece, somos nosotros los que le pertenecemos a ella porque le pertenecemos a Dios. Cada día somos arrostrados por un Dios que nos intima para que vivamos en el viento de su llamada y nuestra misión. Esto es ser hombre, ser mujer, ser Persona.