Evangelio del 2 de febrero del 2020
Silencio sonoro (Mateo 5,1-12)
“Otras veces habíamos escuchado ese silencio entre palabra y palabra,
entre frase y frase de Jesús. Es muy raro que en un grupo grande de campesinos
y pescadores no haya ninguno que diga algo, o se vaya… Cuando ponía entre la
espada y la pared a los fariseos que nos desprecian a los pobres y a los
trabajadores, o cuando acusaba a los saduceos y a los herodianos, también se
cortaba el silencio y la expectación. Pero aquella vez fue distinto, ni a toser
se atrevía nadie.
La brisa en las hojas de los árboles y el canto de los pajarillos hacían
aún más sonoro el silencio; nuestros espíritus en vilo y nuestros ojos
pendientes de sus ojos, de sus labios, de su rostro.
A decir verdad, nos costaba trabajo entender bien alguna de las cosas que
decía, pero después ponía un ejemplo, o nos contaba alguna parábola y todo
adquiría sentido; por eso nadie discutía en su interior si Jesús tenía razón o
no, todos sabíamos que sí; solo nos preocupábamos por comprender el sentido de
sus palabras, la verdad que nos estaba enseñando.
En nuestro interior sentíamos a la vez inquietud y paz, alegría y
esperanza, deseos de abrirnos a la grandeza del Todopoderoso y gozo por estar
delante de aquel nazareno, que era uno de los nuestros, y que así nos hablaba…
Bienaventurados los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el Reino de los cielos, y en su pobreza pueden encontrar más
luz y más gozo que en todas las riquezas del mundo.
Bienaventurados los misericordiosos que se
compadecen de sus hermanos necesitados, porque cada día se verán rodeados de la
misericordia de Dios que los protege y que endulza más que la miel, y porque se
llenarán de una luz que no pueden imaginar.
Bienaventurados los que afrontan la
persecución de los hombres por vivir la voluntad de Dios, porque Dios es más
grande y más fuerte que ninguno, y todos tendrán que dar cuenta ante Él;
alegraos de vuestra fidelidad ante Quien es fiel.
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