Evangelio del 12 de enero del 2020
Sorpresa de Bautismo (Mateo
3,13-17)
Podemos
imaginarnos a Jesús, ya como hombre maduro de más de 30 años, yendo hacia el
Jordán para simbolizar su paso a la vida pública de manos de Juan el Bautista,
el último de los profetas. Pero no fue así. La experiencia del bautismo
significó para Jesús una novedad, podríamos decir que una sorpresa. No fue algo
premeditado, sopesado, controlado. Tan de sorpresa le pilló que después tuvo
que ir al desierto 40 días a asumir personalmente la misión que allí se le
había entrañado.
La
vida espiritual es así. Dios no espera a que estés maduro, a que lo tengas todo
claro. Te llama, te inunda con su presencia, te hace ver la hermosura de la
misión y, después, deja que lo madures y lo asimiles, y veas cómo tienes que ir
respondiendo a su llamada.
Vio que el
Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz de
los cielos que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».
“Tu Espíritu se ha posado sobre mí y permanece en mí. Pero, ¿qué
significa que soy tu Hijo amado?, ¿cómo tengo que vivir a partir de ahora?, ¿qué
camino es el que tengo que asumir para mostrar que siendo Hijo del Padre soy
Hermano de todos para rescatar a muchos? ”
La
llamada que Dios nos hace no nos pertenece, somos nosotros los que le
pertenecemos a ella porque le pertenecemos a Dios. Cada día somos arrostrados
por un Dios que nos intima para que vivamos en el viento de su llamada y
nuestra misión. Esto es ser hombre, ser mujer, ser Persona.
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