Evangelio del 14 de junio del 2020
Todo pan es don (Juan 6,
51-58)
Jesucristo decía a veces cosas que llenaban de
sorpresa a quienes las escuchaban. Aquellas personas eran además personas humildes
y sin estudios: jornaleros, pescadores, obreros, mujeres y hombres del pueblo.
Pero se sorprendían porque lo entendían con la perplejidad con que se entienden
los misterios de la vida.
Llamó a muchos para que estuvieran con él en la vanguardia
del tiempo nuevo que estaba irrumpiendo; y esta llamada la experimentaron como
un don. A muchos les regaló la salud, y a muchos más la experiencia íntima de
reconciliarse consigo mismo en las frustraciones y heridas del alma que los
estaban ahogando; y este don los capacitó para dar las gracias a corazón y
sonrisa abierta. Y llegó una tarde que
les anunció un don que ni podían imaginarse, que desbordaba todo lo que
pensaban y esperaban: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que
coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la
vida del mundo.» Jesús pasaba de ofrecerles dones concretos a
ofrecerse él mismo como don. Un ofrecimiento tan sorprendente y comprometedor
que muchos dejaron de seguirlo.
En la última cena hizo aquel anuncio realidad, una
realidad de promesa y de esperanza. Quien con fe come el pan de la eucaristía
sabe que el Hijo de Dios mismo viene a él para regalarle el perdón que
necesita, la fuerza para amar cuando flaquea, la paz interior sin la que no
puede avanzar. El pan de la eucaristía nos regala caminar con Él, desde donde
estemos y sea cual sea nuestra situación. El pan de la eucaristía es radiante
promesa de una vida plena a la que nuestra vida está necesitada y abierta. Es un
pan que muestra que todo es don de un Dios Padre, rico en misericordia.
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