Evangelio del Domingo de Resurrección
2021
En la plaza pública (Juan 20,1-9)
Como testigos en la plaza
pública, ese fue el comienzo de nuestra iglesia. Con la muerte de Jesucristo,
todo pareció acabarse; pero sólo fue el principio del comienzo. No imaginaban
los propios apóstoles la impresión tan honda y profunda que iba a dejar en
ellos el inmenso amor con el que Jesús se entregaba en la cruz. Juan y María estaban
a los pies de la cruz, y Pedro, seguramente un poco más lejos, siguiéndolo
entre la valentía y la negación.
La semilla de la
sangre de Cristo, que había caído en tierra, iba a dar fruto pronto. Al tercer
día experimentaron a su Señor resucitado, y a los cincuenta el Espíritu los
hizo capaces de salir a la plaza pública a anunciar la vida y la muerte de
Jesús como redención y salvación para todo el que crea en Él.
También hoy necesitamos
testigos que narren el amor de Cristo y que anuncien su resurrección. Si crees
en Él no puedes conformarte con menos.
No te conformes con
pedir más justicia –así, con la minúscula de lo concreto-; porque esto siempre
acaba en conformismo posibilista o en imposible utopía. Lo que a ti y a mi nos salva,
lo que nos impulsa constantemente a intentar vivir con la actitud del buen
samaritano es la llamada de Cristo, el crucificado resucitado, que nos pide que
volvamos a la Galilea de la ternura con los enfermos y los marginados, de la
buena noticia para los pobres, la de las esperanzas para todo el pueblo.
La resurrección de
Cristo es, a la vez, la utopía de las utopías, en la que el mal comienza a ser
arrancado de raíz de toda la historia; y experiencia personal y presente de que
en Cristo hemos encontrado la Vida que anhelaba nuestra existencia. No te conformes con menos de ser su testigo.