Evangelio de san José, 19 de marzo de
2021
Ante la soberbia, castidad (Mateo 1, 16-24)
Uno de esos pecados
que destruyen nuestra vida y la hacen inhumana es la soberbia. La soberbia nos
enfrenta con todos, porque a todos los vemos como competidores y a todos
queremos supeditar a nuestra voluntad y nuestros caprichos. La soberbia nos
ciega; y aunque sepamos que alguna decisión nos va a dañar, por soberbia caemos
en el desprecio del otro, en usar violencia frente a él, en considerarlo menos digno
que nosotros mismos. Desde la soberbia no valoramos las cosas en sí mismas,
sino desde cómo quedar por encima de los demás.
La soberbia nos aísla
y nos agota. En todo queremos imponer nuestra voluntad, en todo queremos decir
la última palabra. Cuando se adueña de nosotros, se hace más fuerte que el amor
que le tenemos a quien más queremos. Nos enfrenta con nuestra pareja, nos aleja
de nuestros hijos, nos separa de nuestros amigos.
Ante la soberbia hemos
de cultivar la virtud de la castidad. Una virtud que consiste en no ansiar
poseer al otro, sino estar al servicio de su crecimiento y desarrollo; no
buscar controlarlo ni domeñarlo, sino respetando sus ritmos y limitaciones, ir
caminando juntos hacia el bien. Vivir la castidad en la pareja es negarse a
usar al otro para mi propia satisfacción y utilidad; vivir la castidad en la
relación con los hijos es poner siempre su bien por encima de mis genios y mis
cansancios y, cuando ya son mayores, de mis propias ideas; vivir la castidad en
toda nuestra vida es negarse a exacerbar nuestras pasiones y nuestros deseos,
sino buscar encauzarlos para acoger al otro en su libertad, para caminar juntos
hacia el bien común.
La virtud de la castidad
no está de moda; y así te va. Y así nos va, que la soberbia también es pecado
clerical. Es cuaresma.
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