Evangelio del Domingo 18 de julio de
2021
El Señor es mi pastor, nada me falta (Marcos 6,30-34)
Hubo un tiempo en el que creía que con
mi tesón, mis fuerzas y mi inteligencia podía triunfar en la vida. Creía que el
mundo giraría en torno a mí, y nada me tendría que faltar. Pero vinieron las
dificultades, los desengaños, las traiciones –propias-, y descubrí que una
persona sola no es nada.
Hubo un tiempo en el que confiaba
ciegamente en mis amigos, en mi pareja, en la fuerza que tiene la unión de voluntades
para conseguir un fin. Pero vinieron las desavenencias, los celos estúpidos,
las debilidades –propias y ajenas-, y descubrí que no solo las fuerzas, sino
también las carencias de uno se multiplican por dos cuando somos dos.
Hubo un tiempo en el que la afirmación
de la vida era el valor más grande; en el que lo cotidiano y lo pequeño se
engrandecían en el valor de lo presente. Pero vino la enfermedad y el dolor, y
el presente solo era un momento oscuro a la espera de más oscuridad.
Hubo un momento, definitivo, en el que comprendí
que andaba cansado y desorientado, como oveja sin pastor; y me convencí –por fin-
de que ni mi libertad, ni mis logros, ni mi propia vida tenía sentido si todo
no toma asiento en una bondad grande que nos abraza en la alegría y el dolor,
en la soledad y la compañía, en la vida y la muerte. Somos personas, no
semi-dioses, y necesitamos la mirada, la guía, el abrazo y la cura del buen
pastor.
Un día, Jesús de Nazaret vio a su
pueblo y los vio cansados y desorientados como ovejas sin pastor; y se puso a
enseñarles. Cuánto necesitamos la enseñanza del Buen Pastor que de sentido con
su palabra a nuestra vida. Él no solo enseña y conforta, también crea, con su
palabra, lo inesperado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario