Evangelio del Domingo 11 de julio de
2021
Una fe peligrosa (Marcos 6,7-13)
Es un dato tristemente contrastado en
muchos países que el cristianismo es, en la actualidad, la religión que más perseguida.
En algunos países está prohibida y en otros se la confina tras los muros de los
pocos templos que se permiten, en otros se la ridiculiza y se exageran sus
errores. Miles y miles de personas son represaliadas y perseguidas cada año,
algunos son asesinados. Y es que la fe cristiana es peligrosa por su talante apostólico,
porque la experiencia profunda de la fe nos llama a los creyentes a compartir
con los demás el sentido hondo y luminoso que ofrece Cristo a nuestras vidas.
Un cristianismo de misas solemnes y ritos
antiguos, o un cristianismo de folklores y tradiciones festivas, no encontrará
mucha persecución; al contrario, recibirá subvenciones de quien quiere
instrumentalizarla como medio de propaganda personal. Un cristianismo de
sacristías hacia dentro, que no cuestiona la injusticia de la sociedad en la que
vive, que no tiene en su centro los sufrimientos de los pobres, no será
perseguido; un cristianismo que tenga en más importancia su beneficio que el
mandato misionero de Cristo, no será perseguido.
Cuando los cristianos entramos a
cuestionar una economía que descarta a los más pobres, una moral de lo
políticamente correcto que pierde el horizonte de la sensatez y del bien; cuando
los cristianos vivimos y anunciamos que Cristo es Señor, y que ninguno de los “señores”
de este mundo es nada en comparación con él…, empezamos entonces a ganarnos la
marginación y la persecución.
Cristo nos envía a ser apóstoles, a que
busquemos la justicia en el mundo, a que tengamos la evangelización como prioridad
de toda su vida, teniéndolo como auténtico sentido de la vida.
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