Tribuna de opinión publicada en el Diario de Sevilla
Estado-nación y solidaridad
Estado-nación y solidaridad
Hay quienes pretenden unir al concepto de
nación española políticas de rechazo del extranjero, yendo en contra de los
dinamismos profundos que alientan nuestra propia historia
El nacionalismo, por
desgracia, está de moda; o por lo menos copa portada en los medios de
comunicación; ya sea el nacionalismo británico del Brexit, el
catalán de los independentistas, o el nacionalismo español de "los
españoles primero". Este nacionalismo excluyente está tomando excusa en el
reto migratorio para ganar posiciones. Y eso es una mala noticia, porque el
nacionalismo es la afirmación de lo propio negando lo diverso, desconectándose
de los otros, construyendo muros pretendidamente infranqueables, como si el
problema de las migraciones fuera sólo un problema de seguridad y no de
justicia y de desarrollo.
Y, sin embargo, el
concepto de nación, tal y como surge y se desarrolla en la historia, no se
define en el horizonte de exclusión sino de integración; no en el de romper la
legalidad y los acuerdos, sino de poner la ley por encima de los intereses
egoístas; no de separar, sino de unir.
El Estado-nación
significó, en un primer momento, la superación de las arbitrariedades y las
guerras continuas del feudalismo; después, se moduló desde el
constitucionalismo para asegurar que la nación fuera un proyecto común de
justicia y de progreso. Así consta en la constitución de 1812, donde
explícitamente se dice que tiene "el grande objeto de promover la gloria,
la prosperidad y el bien de toda la nación". La constitución de 1978 es
aún más explícita en este aspecto; y, así, en su preámbulo define también que
su objetivo último es "establecer la justicia, la libertad y la seguridad
y promover el bien de cuantos la integran." Es decir, que el estado-nación
tiene como horizonte propio la solidaridad y el bien común. Busca que sus
estructuras conformen un proyecto de solidaridad para todos los ciudadanos. La
sanidad pública, la educación gratuita, las redes de comunicación, la seguridad
jurídica… todo en el Estado-constitucional debe estar diseñado para la
libertad, la justicia y el bien común. Si bien cada nación se ha configurado de
una manera distinta (unos más centralistas que otros, unos más liberales y
otros más proteccionistas), el Estado-constitucional se ha convertido, al menos
en las democracias desarrolladas, en instrumento para impulsar la solidaridad y
la integración social.
A pesar de todo ello,
hay quienes pretenden unir al concepto de nación española políticas de rechazo
del extranjero o de repudio de la diversidad cultural, yendo todo esto en
contra de los dinamismos profundos que alientan nuestra propia historia. La
identidad española es confluencia de lo diverso, preocupación solidaria por los
desfavorecidos. Lo íbero y lo romano, lo visigótico y lo árabe, lo cristiano y
lo latinoamericano, nos configuran. En el mismo momento de nacer la nación
española y de iniciarse el imperio, Isabel la Católica en su testamento prohíbe
la esclavitud de los habitantes de las Indias, siglos antes que en otras
naciones se hiciera; y en cuanto se producen los abusos contra las poblaciones
indígenas en América se alza la voz profética de Fray Bartolomé de las Casas y
la reflexión filosófico-jurídica de Francisco de Vitoria y la escuela de
Salamanca.
Las personas no somos
algo ya hecho; somos haciéndonos. Los pueblos tienen esa misma característica
de ser realidades dinámicas y en transformación. En la coyuntura social en la
que estamos y ante el reto de una desigualdad dramática en el mundo en el que
vivimos, España, en el seno de Europa, tiene que definir qué clase de estado
quiere ser: si queremos que el miedo a lo diverso nos paralice y nos
empobrezca, si queremos que la pretensión de seguridad haga resentirse nuestra
propia humanidad, o si queremos que el instrumento de solidaridad e integración
que es nuestro estado y la propia Unión Europea sean impulso de unas nuevas
relaciones internacionales. Las expulsiones "en caliente", los cies,
las concertinas, las dificultades de acceso al permiso de trabajo… no hablan de
una Europa de los Derechos Humanos, ni de una España que se mira en lo mejor de
su historia.
En nuestra actitud ante
los migrantes se irá definiendo qué tipo de nación somos y seremos. Definirnos
en el rechazo, en la exclusión y en la expulsión es condenarnos al
empobrecimiento de la endogamia y del egoísmo. Levantar muros, reactivar
fronteras, desconectar pueblos es el camino para que crezcan enfrentamientos y
conflictos. Tender puentes, preocuparnos por el sufrimiento de otros pueblos,
construir un futuro común es la senda para promover "la gloria, la
prosperidad y el bien de toda nuestra Nación", es camino para que nuestra
humanidad sea más rica y más justa. En nuestra actitud ante los migrantes, en
la defensa de sus derechos, en la cooperación con sus pueblos de origen iremos
construyendo nuestro futuro. No se trata sólo de migrantes; se trata de nuestros
miedos y de nuestra humanidad. No se trata sólo de migrantes, se trata de
quiénes, como nación, queremos llegar a ser.
Sin duda, el artículo suscita, al menos, a título personal, un interés sutil por la profundidad presente en la constitución del texto, sin embargo, he de decir, que como artículo de cierta vertiente política, es incompleta.
ResponderEliminarSin ir más lejos, el concepto de nación es un concepto ególatra. Implica la identidad de un grupo de personas hacia una cultura o ideología; peor aún, hacia una bandera. Las naciones por tanto, tienen su propia Constitución, ideologías, formas de proceder que les hacen diferenciarse del resto. Es por tanto, un fiel sucedáneo del capitalismo. Es decir, la estructura capitalista genera diferencias entre individuos, y por ende, las naciones, al sentirse identificado con una tierra, unas culturas, hacen que quieran defender "lo suyo" frente a las amenazas externas.
Por ende, el concepto de nación es un concepto erróneo. Debemos ir más allá, trascender el viejo concepto de nación, con sus leyes, por muy buenas que sean, y tratar de transmutar cual alquimista, hacia un nuevo paradigma.
Y no es fácil entender el nuevo paradigma, porque consiste en olvidarnos de la idea de nación. Vale más cualquier quimera que un trozo de tela triste. Somos seres terrícolas, donde la madre tierra, con todo su amor, nos da a nosotros nuestra verdadera nación. La madre tierra, con toda la ciencia del amor, nos da lo que realmente necesitamos. Sin ella, el concepto de nación desvanece, careciendo de sentido el disparate de esa idea arraigada en humanos.
Un nuevo paradigma ha de emerger, esto es, la idea de coexistir entre culturas, respetándose entre ellos, independientemente del territorio que ocupe, pues insisto, la tierra es nuestra nación, estés donde estés. Dichas culturas, coexistirán bajo la premisa inexorable de los Derechos Humanos, y por supuesto, de la vid de la espiritualidad, pues es en ella, en la introspección, donde podremos hallar la verdadera sabiduría, de la fuente que emana del Universo.
¿Seremos un día capaces de ir más allá, de superar nuestros acérrimos deseos, en búsqueda de una humanidad más sana y mejor, sin naciones, más únicamente que nuestra propia madre tierra, gobernada por los Derechos Humanos? Aún nos queda siglos de evolución, hasta que nos demos cuenta que efectivamente, debemos pensar no como individuos, sino como especie.
Macushla, ciertamente la realidad del estado-nación es ambigua como toda realidad política, y puede llevar a un nacionalismo exclusivista y excluyente que se opone al horizonte de solidaridad global que tú tan acertadamente propones. Los ejemplos que se pueden poner son muchos. Pero solidaridad social y política ha de tener unas mediaciones concretas para no quedarse en una bella idea, y hoy por hoy es el estado-nación el que hace posible una sanidad y una educación públicas y muchos elementos interesantes de nuestras sociedades. Pero estoy de acuerdo contigo que ha de abrirse a la coexistencia de culturas y que el horizonte de nuestro pensamiento ha de ir a lo que lo trasciende y une a toda la familia humana. Muchas gracias por tu comentario.
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