lunes, 28 de septiembre de 2020

Humanizando el mundo

 

Evangelio del domingo 4 de octubre de 2020

Humanizando el mundo (Mateo 21, 33-43)


Dios hizo el mundo en seis días y al séptimo descansó; y nos dejó a las personas la tarea de humanizar el mundo, la tarea de hacer de una naturaleza a veces salvaje y amenazadora un hogar para todos. Todo nuestro trabajo ha de tener ese objetivo. El carpintero que hace sillas y mesas, hace de nuestro mundo un hogar más cómo y humano; el agricultor que siembra y recoge el trigo, junto con el panadero que prepara el pan, hacen de este mundo un hogar en el que todos tengan el alimento necesario; el poeta que canta al amor y al dolor, el artista que desnuda los interrogantes de nuestra alma…; todos hacemos más humano nuestro mundo. Tú también cuidando las plantas, atendiendo a tus niños, transportando mercancías o gestionando papeles en la oficina; todos podemos trabajar por hacer más humano el mundo que Dios nos ha regalado. Nuestro trabajo es así una misión, un hermoso encargo.

 Pero a veces, en vez de tener ese horizonte en nuestra actividad cotidiana nos volvemos competitivos y egoístas, trabajamos por acaparar y acumular, por vencer al otro. Entonces nuestro día a día es agotador y sin sentido, ni conocemos el descanso, ni nos sentimos impulsados a trabajar alentados por la vida. En vez de recrear el mundo, nuestro trabajo es muchas veces homicidio: destruimos la naturaleza como si no hubiera mañana, explotamos a las personas como si no fueran nuestros hermanos, negamos con nuestras obras que este mundo pertenece a Dios que nos lo ha encargado para que vivamos felices en él.

 El Papa Francisco ha consagrado este mes como el tiempo de la creación y es buen momento para revisar si nuestro estilo de vida está cuidando y recreando el mundo, o si estamos asesinando la naturaleza y el presente y el futuro de nuestros hermanos.

lunes, 21 de septiembre de 2020

En el corazón de su piel

 

Evangelio del domingo 27 de septiembre de 2020

En el corazón de su piel (Mateo 21, 28-32)



¿Qué lleva a una mujer a dedicarse a la prostitución? Fundamentalmente la pobreza y la falta de apoyo familiar en el que sustentarse en los momentos malos. Por eso la mayor parte de las mujeres que sufren esa explotación son inmigrantes pobres. Muchas son forzadas y obligadas violentamente. Otras se pasean por ese abismo pensando que será algo temporal, para conseguir un dinero más fácil. Pero todas quedan heridas porque se dan cuenta que están vendiendo su intimidad, que las están obligando a vender su intimidad, y que les va a costar recuperarla para sí mismas; sufrieron muchos golpes a la conciencia de su dignidad. Es la mayor pobreza. 

Al mismo Jesús lo desnudaron en público, como hacían con todos los crucificados, para escarnecerlo buscando despojarlo de su dignidad personal. Quien está tan abajo a todos comprende, a todos disculpa, de todos tiene misericordia. Sufrir desprecio imprime a fuego en nuestro corazón la ternura con quien sufre.

En el evangelio del próximo domingo Jesús descubre que los corazones de las prostitutas y de los marginados está tan abierto a la misericordia y a la caricia del Padre, que nos los pone como ejemplo a nosotros, las personas supuestamente ejemplares: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios”. 

La justicia de Dios siempre es restauradora de heridas, siempre acoge los sufrimientos de más pobre, siempre se pone en el lugar del último para poder amarnos a todos. Procuremos no cerrarnos a nosotros mismos la puerta de la justicia de Dios a golpe de autosuficiencia, a golpe de indiferencia o condena a los demás.

lunes, 14 de septiembre de 2020

El gusto por la vida

 

Evangelio del domingo 20 de septiembre de 2020

El gusto por la vida (Mateo 20, 1-16)

 


Contemplar cómo emerge el Sol por el horizonte al ir a trabajar por las mañanas; disfrutar de una tarde de sábado de juegos y charla distendida con nuestros niños; ver crecer las plantas que alegran nuestro patio o nuestra terraza; mirar con los ojos de Dios toda nuestra existencia; eso es gustar la vida.

La vida es tan hermosa y humilde que nunca impone su armonía; simplemente nos invita a que seamos niños que juegan, adolescentes que se enamoran, hombres y mujeres que trabajan humanizando el mundo; ancianos que esperan y rezan. La vida no tiene otro pago que vivir.

Amor con amor se paga. Seríamos los más desgraciados de los hombres si quisiéramos comprar con dinero el amor que anhela nuestro corazón. La vida dando vida se agradece. Por eso, poner nuestro corazón en lo que otros van a decir o pensar, en ganar más dinero que tal o que cual, quedar por encima de nuestro vecino a quien hemos convertido en enemigo… es ofender el regalo de la vida.

Vive como quien canta por el mero gusto de cantar. Trabaja en lo que Dios te llama, con sencillez, con entrega. Disfruta la vida que Dios te regala, con alegría, con agradecimiento. Vive con paz. Y, así, hasta los momentos más duros y difíciles tendrán siempre un trasfondo luminoso, el amor que Dios nos tiene.

No te esfuerces por ganar, ni por ganar más que otros; eso es ofender el regalo de vida que te han hecho. Entrégate por entero a dar vida, a recrear la vida. ¿Quién puede ponerle precio a un año, a una semana, a una hora de su propia vida?

martes, 8 de septiembre de 2020

Sobre el rencor y el perdón

 

Evangelio del domingo 13 de septiembre de 2020

Sobre el rencor y el perdón (Mateo 18, 21-35)

 

Quien guarda rencor es como aquella buena persona a quien clavaron un puñal en la espalda, sin esperarlo y de quien menos esperaba. Cuando con esfuerzo y dolor consiguió quitárselo, en vez de tirarlo lo guardó en un cajón de su alma. Desde entonces, de vez en cuando lo coge, lo mira, y con la punta ya herrumbrosa de aquel puñal se vuelve a herir él mismo. Recuerda el dolor que le produjeron aquellas palabras, pronunciadas una vez, recordadas cientos, decenas de veces. Recrea la situación y vivida, y se entretiene en pensar qué tendría que haber dicho para hacerle él a aquella mala persona el mismo daño que él vivió. Se mira herido, hecho víctima, sintiendo pena de sí mismo.

Algún puñal de rencor todos tenemos.

La fe cristiana nos invita a perdonar. El perdón es, primero, una liberación personal. El perdón nos descansa, nos pacifica, nos permite seguir viviendo mirando hacia delante, sin volver constantemente la vista hacia atrás, hacia un agua que ya no mueve molino. Perdonar es, en segundo lugar, una actitud de justicia. ¡Cuantas veces nosotros habremos también clavado algún puñal en la espalda de quien menos se lo merecía! Las más de las veces ni nos acordamos; y cuando lo hacemos no cesamos de disculparnos: “estaba nervioso”, “cosas de la poca experiencia”, “no pensaba que le iba a sentar tan mal”…

Pero el verdadero horizonte del perdón, la experiencia que nos permite perdonar de verdad sin guardar rencor, es la fe en Jesucristo, que en la propia cruz perdonaba a quienes lo asesinaban. Sólo en esa fe encontramos el suelo firme en el que saltar hacia el abrazo de un Padre que a todos perdona.

miércoles, 2 de septiembre de 2020

Tener quien te riña

 

Evangelio del domingo 6 de septiembre de 2020

Tener quien te riña (Mateo 18, 15-20)


Casi siempre tenemos quien nos riña. Y nos da coraje cuando recibimos recriminaciones y críticas, por cariñosas que sean y aun cuando las sepamos bienintencionadas. Pero cuando uno no tiene quien le riña, o se separa y se aleja de quien lo hace, en el fondo se queda solo, y en vez de madurar con el tiempo y las experiencias, se llena de caprichos y de manías. Los que viven solos y los viejos tienen esa tentación.

Puedes haber salvado a un país entero de la dictadura y el enfrentamiento civil; pero, si no das autoridad a nadie para que te señale y recrimine los comportamientos que te separan de la verdad y del amor, te convertirás en una persona egoísta, ensimismada y ajena a la realidad, con la que te darás de bruces en el momento que menos esperas.

Nadie somos “dios”, y todos necesitamos confiar y dar confianza para caminar junto con otros compañeros. Pero caemos tan fácilmente en enrocarnos en el orgullo, aunque sea mucho más fácil vivir en humildad.

En el evangelio de esta semana Jesucristo mismo nos invita a escuchar la voz de los compañeros en la vida –de nuestros padres, hermanos, amigos, incluso de nuestros enemigos- su propia voz. La vida no tiene marcha atrás y nos jugamos lo que somos y lo que seremos en nuestros comportamientos y actitudes.

Escucha a quien te quiere y recapacita. Pregunta con sencillez por lo que haces para que te respondan con sinceridad. Tú eres mucho más que los errores que puedas cometer, pero esa actitud humilde te hará más persona y un cristiano más sincero.