Evangelio del Domingo 25 de abril de
2021
El signo de los consagrados (Juan 10, 11-18)
Uno de los signos más
elocuentes que da la Iglesia de la resurrección de Jesucristo es la vida de los
que se consagran al Reino de Dios y a proclamar el Evangelio. La fe en Jesús comenzó
así; unos pocos hombres y mujeres dejaron su vida cotidiana y se dedicaron en
cuerpo y alma, a tiempo y corazón completo, a anunciar la resurrección de
Cristo, a testimoniar con su vida la Vida Nueva del Señor. Primeros fueron los
apóstoles, después vinieron los diáconos, después misioneros itinerantes a los
que acompañaban mujeres que los ayudaban. Que una mujer o un hombre joven dejen
a un lado sus perspectivas laborales y de formar pareja y su propia familia
indica que hay una fuerza grande, una fuerza muy grande que los enamora y los
hace vivir consagrados al Señor, siendo testigos de su vida nueva para el
mundo.
Los consagrados,
sacerdotes o religiosas, tenemos el peligro de ir acomodándonos en nuestra
vida, de abandonar el primer amor con que Cristo nos llamó, y vivir de manera
mediocre nuestra vocación; malhumorados, aburridos, aburguesados… Dios nos
libre de caer en el pecado de la tibieza, que quita toda fuerza evangelizadora
a nuestras vidas y deja nuestro corazón helado.
Los consagrados
estamos llamados a ser en la Iglesia imagen del buen pastor, pacientes y
comprensivos, buscando el mejor camino para las personas y la comunidad a las
que servimos; arrojados y valientes para combatir las amenazas y los peligros
que vienen a la fe desde fuera y desde dentro; cuidando con especial esmero a
los más pobres y a los que más sufren.
Sigue llamando, Señor,
a hombres y mujeres jóvenes que sean signos de que estás vivo y atento a
nosotros, cuidándonos como buen pastor de tu pueblo.
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