Evangelio del domingo 20 de octubre
del 2019
Atado con un cabello (Lucas 18, 1-8)
“Átame con
tu cabello a la esquina de tu cama,
y si el
cabello se rompe, haré ver que estoy atada”,
dice una canción actual recogiendo una
antigua metáfora popular de la libre entrega de los enamorados que con lazos de
amor, aparentemente frágiles, se prometen fidelidad eterna. Esta misma
metáfora es usada por San Juan de la Cruz en el Cántico Espiritual mostrándonos
cómo Dios mismo queda preso por un cabello del alma creyente. Ese cabello que
apresa al Todopoderoso y que lo ata a nosotros es la oración hecha con fe.
Dios, porque es amor y no quiere otra
cosa que amar, queda preso de la oración que con fe se le dirige. Una oración
que es remanso de paz cuando nos dejamos envolver por el amor del Padre, pero
que es, también, lucha y combate cuando miramos a nuestro egoísmo y al pecado
que hace sufrir a los pobres.
La oración que brota de la fe
cristiana siente a todas las personas como hijos de Dios, como hermanos; y es,
por eso, una oración compasiva, reivindicativa, comprometida con todo el que
sufre. El creyente pide al Padre, por el mismo y por los suyos, pero expande su
corazón al sufrimiento de todas las personas.
El evangelio de este domingo nos pone
como ejemplo de oración la demanda persistente y angustiada de una viuda que
pide por el pan y el futuro de sus
hijos. Aun a sabiendas de que el juez era injusto y sin misericordia presenta
su demanda con persistencia. Si nuestra oración es así y reclama justicia para
nuestros hermanos más pobres será una oración cristiana. Pero cuando venga el
Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la Tierra?
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