miércoles, 30 de diciembre de 2020

Palabra de hombre (y de mujer)

 

Evangelio del domingo 3 de enero de 2021

Palabra de hombre (y de mujer) (Juan 1,1-18)

La palabra nos hace personas. Por la palabra descubrimos el sentido de nuestra vida y expresamos quiénes somos. La palabra dada y cumplida nos hace personas cabales y fiables. Pero nuestra palabra no es solamente lo que expresamos con el lenguaje; nuestros gestos, nuestras actitudes, lo que hacemos y cómo lo hacemos, habla de nosotros, habla por nosotros. Un mundo sordo-mudo, sin poemas, sin canciones, sin declaraciones de amor, sin nanas que acunan, sin ideas que buscan cambiar la historia… no sería un mundo humano.

Cuando Dios nos quiso enviar su Palabra no pronunció un discurso; nos envió a personas concretas, los profetas, para que, viviendo nuestra historia, con sus gestos, con sus actitudes y, también, con sus palabras, nos mostraran poco a poco qué sentido le había regalado Dios a nuestra vida cuando nos creó. Llegada la historia a su plenitud, Dios quiso entregarnos por completo ese sentido de nuestra vida; y nos sorprendió a todos haciéndose Él mismo hombre, encarnándose en una persona como nosotros, que vivió y sufrió como nosotros, entregándonos su mismo amor, el amor de Dios.

Quien ama, es bueno y feliz; quien ama profundamente es profundamente bueno y feliz. Y cuando Dios se encarnó en Jesucristo así lo fue, y vivió amando hasta la entrega de su vida; por eso, generó un dinamismo tan grande de amor, de bondad y felicidad, que quien lo conocía, y lo conoce hoy, experimenta alegría en lo cotidiano, consuelo en sus sufrimientos y una constante inquietud por estar al servicio del más débil.

Amarnos en el amor de Jesucristo, esa es la Palabra que Dios ha pronunciado y pronuncia para ti, ese es el sentido verdadero de la vida humana.  

lunes, 21 de diciembre de 2020

Corazón de padre

 

Evangelio del domingo 27 de diciembre de 2020

Corazón de padre. (Lucas 2,22-40)

El 8 de diciembre, el Papa Francisco nos ha dirigido una carta en la que nos anima a poner nuestra vida, en este año que va a comenzar, bajo su ejemplo y protección. La carta se llama “Corazón de padre”. En tiempos tan duros y difíciles como los que hemos pasado, y tendrán que venir, es bueno contar con la cercanía de la figura fuerte y entrañable del padre.

Cuidando en silencio, siempre en la sombra, como tantas personas en este tiempo de pandemia han estado cuidando y protegiendo la vida. Atento a los peligros que puedan acechar al Niño, San José nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en “segunda línea” tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación.

Hombre que tuvo que renunciar a sus planes de crear su propia familia para acoger la familia que Dios le había encomendado. El también se enfrentó con su propia debilidad y el Padre se la hizo ver con ternura. El maligno aprovecha nuestra debilidad para acusarnos y condenarnos, pero el Espíritu la saca a la luz con ternura. La ternura es el mejor modo para tocar lo que es frágil en nosotros. La ternura del padre nos afianza en la vida.

José fue padre en la acogida, incluso cuando podía sospechar lo peor; en este mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente, José se presenta como figura de varón respetuoso, delicado que, aun no teniendo toda la información, se decide por la fama, dignidad y vida de María.

Ocurren hechos en nuestra vida cuyo significado no entendemos. Nuestra primera reacción es a menudo de decepción y rebelión. José deja de lado sus razonamientos para acoger, y se reconcilia con su propia historia.

Os invito a leer esta preciosa carta como regalo de navidad del propio Papa Francisco.

lunes, 14 de diciembre de 2020

La Palabra de las palabras

 

Evangelio del domingo 20 de diciembre de 2020

La Palabra de las palabras. (Lucas 1,26-38)

 

La Palabra de las palabras se hizo carne en el vientre purísimo de María de Nazaret. En la serenidad sonora de una aldea pequeña, en medio de los sonidos de los gallos y las ovejas, de los golpeteos de quien trabajaba, de los cantos de alguna aldeana, de los pasos lentos de algún mulo. La Palabra de las palabras se hizo carne mortal y pecadora para poner vida y virtud en el seno de cada persona.

Están las palabras que señalan el camino de nuestra vida: ternura, comunión, dignidad, justicia… Pero a todas ellas le da sentido una Palabra indecible, impronunciable, que lleva nuestro lenguaje más allá de sí mismo. Decimos: “el Verbo de Dios”, y queremos decir Sentido primero y último de nuestra vida; decimos: “Encarnación”, y queremos decir que los anhelos y dolores de la humanidad se trascienden más allá de este espacio y este tiempo; decimos que Dios se hace hombre y nos perdemos, porque todos nuestros conceptos se funden ante el calor y la luz de la Misericordia.

“El Verbo se hizo carne”, dice la Escritura y repetimos en nuestras oraciones; y casi nunca somos conscientes del imponente misterio que acabamos de pronunciar. Un misterio que rompe todas nuestras ideas de Dios y del hombre, de lo humano y lo trascendente; un misterio que nos fuerza a entenderlo ya todo desde la fecundidad del amor de entrega.

“El Verbo se hizo carne”, deja de pensar en ti mismo y en tus cortos planes y proyectos. “El Verbo se hizo carne” para que en tu carne y en la piel de los demás lo encuentres y lo adores. “El Verbo se hizo carne”, y todo en nosotros, carne de pecado, queda en silencio orante.

lunes, 7 de diciembre de 2020

Grandes palabras, personas humildes

 

Evangelio del domingo 13 de diciembre de 2020

Grandes palabras, personas humildes. (Juan 1,6-28)


Nadie que viera a Juan el Bautista podría intuir los frutos de su vida y su predicación. Vestido con piel de camello y viviendo una vida absolutamente austera en el desierto cercano a Jerusalén; con una predicación apocalíptica que parecía hecha para asustar más que para levantar los ánimos… Y, sin embargo, quien lo escuchaba, y se dejaba purificar en el agua fértil del Jordán, daba frutos de conversión y de alegría. Los judíos que lo escuchaban en el desierto volvían a su ciudad con deseos sinceros de vivir conforme al bien y a la espera de la inminente llegada de quien trajera la salvación.

Una persona humilde, cuyas grandes palabras cobraban un sentido de autenticidad por ser él quien las pronunciaba: conversión, hipocresía, honradez, generosidad, salvación.

Ojalá nuestras parroquias y nuestros barrios estén llenos de personas humildes, de compromiso constante con la bondad y la verdad, que sean capaces de abrirse a un sentido profundo en lo concreto de la vida. Palabras como “barrio unido”, “parroquia misionera”, “solidaridad con el pobre”, “trabajo justo y decente”, “vida honrada”, dejan de ser utopías cuando las pronuncia un vecino que las vive desde su pobreza y sencillez.

Sin saber cómo ni porqué, desde el testimonio de su pequeñez que mira al cielo, las personas comienzan a vivir sabiéndose amadas y con ganas de amar; comienzan a experimentar un consuelo más grande que la pequeña ayuda que han recibido; una alegría que sólo tiene su explicación en que procede de lo alto. Vuestro testimonio sencillo y humilde por el que os entregáis generosa y sinceramente abre este mundo a la cercanía de Dios, a la Buena Noticia del Dios-con-nosotros, la buena noticia del Enmanuel.

lunes, 30 de noviembre de 2020

Tierra Nueva

 

Evangelio del domingo 6 de diciembre de 2020

Esperamos una tierra nueva. (Marcos 1,1-8)

 

Llegará el día en el que la pandemia sea solo un recuerdo. En el que los abrazos no estén restringidos, y en el que podamos mirar la sonrisa franca de quien nos habla. Llegará un día en el nos reunamos sin contarnos, y si nos contamos sea para saber quién no ha venido todavía. En ese día los abrazos podrán ser más sinceros, y los saborearemos más dulcemente; en ese día las sonrisas serán muestra de la alegría del encuentro, sin sombra alguna de falsa cortesía.

Ese día llegará, pero hemos de prepararlo para que no sea un mero volver a lo de antes; a la mediocridad y los cumplidos vanos; al hastío del otro, y a los encuentros que no nos aportan nada. Hemos de preparar el camino para que ese día llegue con menos rencores y enfrentamientos estériles; siendo consciente serenamente de nuestras limitaciones, sin resignarnos a ser vulgares.

Hemos de preparar el camino para llegar a esa Tierra Nueva donde los políticos serán enjuiciados por su capacidad de resolver problemas, no por su márquetin propagandístico; donde cada uno nos preguntemos qué podemos aportar a nuestro pueblo, y seamos felices construyendo un mundo mejor; donde los jóvenes puedan trabajar en un empleo decente, y crear una familia; donde haya más casas con niños que con perros; donde experimentemos, en el centro de nuestra vida, la luz del amor, desterrando el vacío de la desconfianza y la autosuficiencia.

La aurora de ese día ya está despuntando. Y, como luz naciente, irá inundando cada rincón oscuro de nuestra vida si abrimos hasta arriba las persianas.

martes, 24 de noviembre de 2020

Adviento: Entre la desidia y la esperanza

 

Evangelio del domingo 29 de noviembre de 2020

Entre la desidia y la esperanza. (Marcos 13,33-37)

Vivimos esta vida nuestra en constante ambigüedad. Ponemos una vela a Dios y otra, si no al diablo, si a las sombras que esa figura representa. Y así vivimos acostumbrados a un “poquito de hipocresía”. Solo cuando reconocemos con sinceridad nuestras limitaciones caminamos en la verdad de la humildad. Otras veces empleamos la mayor parte de nuestros esfuerzos por disimular nuestras deficiencias sin empeñarnos en solucionarlas. Nos parecemos a políticos en permanente campaña electoral: “Los problemas no lo son tanto; la culpa de todo la tienen los demás.”

Todos tenemos en nuestra vida “centros de salud acabados y eternamente vallados por no se sabe qué trabas”, y “magníficos y modernistas edificios proyectados para desarrollo  del empleo” cerrados por falta de presupuesto para arreglar los desperfectos por estar cerrados por falta de presupuesto… Al igual que en nuestro pueblo, en cada uno de nosotros la desidia y el desinterés nos hace vivir con rincones llenos de suciedad, con energías inactivas, con telarañas en la conciencia.

Es adviento, estamos entre dos luces, comienza a amanecer. Hay que deshacerse del embotamiento que provoca el acostumbrarse al pecado, y de la desidia ante la injusticia y la maldad; comencemos a preparar un camino por el que los pobres y los humildes tengan un lugar de dignidad en nuestro corazón y en nuestro pueblo; un lugar que nos permita caminar hacia el bien, hacia un amor más grande.

Primera tarea de este adviento: desvélate y revélate contra tus hipocresías, decídete a acabar con tu indolencia y desidia.

lunes, 16 de noviembre de 2020

Hacer posible otro mundo

 

Evangelio del domingo 22 de noviembre de 2020

Hacer posible otro mundo. (Mateo 25, 31-46)

No hay que esperar al final de los tiempos; ni confiar solo a la providencia el fin de la injusticia y de la carencia de lo necesario. Dios mismo envió a su Hijo al mundo para que fuera semilla de nueva humanidad; y el Hijo nos envía a nosotros con su misma misión. El reino de Dios, reino de paz y de justicia, ya está entre nosotros; y de nosotros depende el impulsarlo y hacerlo crecer. La providencia, casi siempre, tiene nombre y apellidos.

La vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro –dice el Papa Francisco-. Un tiempo de encuentros sanantes, solidarios, como los que señala el evangelio del domingo. La visita o la llamada de teléfono al vecino enfermo, sana a los dos que se encuentran. La acción solidaria del grupo de Cáritas es fuente de alegría para los pobres y para la propia comunidad cristiana. Acoger al que viene de lejos y está solo, es agrandar con ternura la propia familia. El mundo nuevo se hace desde el encuentro.

Nuestras pequeñas acciones de ternura fraternal, son algo más que un bello gesto; son acciones eficaces en la construcción del reino que el Padre sueña para nosotros. Objetivo tan grande como “la integración cultural, económica y política con los pueblos cercanos debería estar acompañada por un proceso educativo que promueva el valor del amor al vecino, primer ejercicio indispensable para lograr una sana integración universal” (Fratelli Tutti, 151).

Tu compromiso sencillo con la vida, el cuidado tierno con quien vive en sufrimiento y debilidad, son acciones que impulsan el reino en el que Dios quiere que vivamos. El orgullo y la soberbia desaparecerán, pero ni un solo gesto de amor solidario quedará sin atención ni recompensa; todos y cada uno de ellos serán eternos.

lunes, 9 de noviembre de 2020

Amigos fieles y colaboradores

 

Evangelio del domingo 15 de noviembre de 2020

Amigos fieles y colaboradores. (Mateo 25, 14-30)

Ya no os llamo siervos, a vosotros os llamo amigos –nos dice el Señor en el capítulo 15 del evangelio de San Juan. Eso es una noticia magnífica; ya ante del Señor –es decir, en todo momento-, podemos vivir con plena confianza, alegres de poder colaborar con él en ir sembrando semillas de bondad, sin angustias ni agobios, sin pensar que nos pide más de lo que nuestras fuerzas pueden alcanzar.

¡Qué hermosa es nuestra fe! ¡Cuánta alegría y paz pone en nuestra vida! ¡Cómo nos conoce el Señor, acogiéndonos e impulsándonos! ¡Qué lejos de una religiosidad de miedo y de condenas! Nuestro Dios confía en nosotros, nos concede un amplio margen para que vivamos en libertad y desarrollemos nuestra creatividad, para que vivamos en un amor abierto, expansivo y fecundo. Y después de todos esos dones, nos promete el don de una comunión plena con su verdad y su vida.

No seas nunca medroso ni desconfiado. Intenta vivir con rectitud, sin que te angustien tus debilidades; afronta los retos que la vida te depara, sabiendo que todo va a acabar bien. Que nadie, ni tú mismo, te meta miedo en el cuerpo ni en el espíritu. Pero no te abandones indolente, alienado y adocenado en la superficie de alguna pantalla. La vida es para vivirla: reconoce los dones que Dios te ha dado, y haz que se desarrollen y crezcan para el bien y la alegría de todos.

Así, cada día tendrás el premio de la paz y la serenidad que solo Dios puede dar. Así, al final de tu vida, tendrás el corazón enriquecido de nombres y de afanes. Así, en la otra vida, podremos dejarnos abrazar por el Padre y el Hijo en el Espíritu, humildes y agradecidos, conscientes de nuestros pecados y de nuestra dignidad personal.

lunes, 2 de noviembre de 2020

La penúltima palabra

 

Evangelio del domingo 8 de noviembre de 2020

La penúltima palabra. (Mateo 25, 1-13)

Algunas veces decimos con amargura: “Tenemos lo que nos merecemos”. Casi siempre es el reconocimiento de una culpa, de nuestra responsabilidad en las situaciones negativas que nos vienen. Es ese un sentimiento sano, porque crece en la verdad. Muchas veces en la vida, tenemos lo que hemos ido amasando con nuestra desidia o con nuestro pecado, con nuestra inconsciencia y nuestra falta de previsión. Cuando son siempre los demás los que tienen la culpa de todo lo malo que nos pasa vivimos en la mentira. Piensa en alguno de esos momentos de tu vida en que recibiste, desgraciadamente, lo que merecías. Ya no tiene arreglo, claro; pero perder no siempre es perder, puede ser aprender para otra vez. Otras veces: “tenemos lo que nos merecemos”, alude a una responsabilidad compartida: sufrimientos colectivos a causa de irresponsabilidades colectivas en las que nosotros no siempre hemos caído. 

De cualquier manera, la palabra que tú puedas decir sobre tu vida nunca será la última, solo será la penúltima palabra. Nuestro decir es tan débil y quebradizo, tan mudable e inestable… La última palabra sobre tu vida la tiene quien te ama. Y a quien te ama no le importan tus pecados o tus responsabilidades, tus debilidades o tus incoherencias. A quien te ama le importas tú. Que no se te olvide esto nunca.

"No te aflijas como si fueras una persona sin esperanza", consolémosnos con estas palabras de Pablo a los cristianos de Tesalónica. Porque la última palabra en nuestra vida la tiene el que es Señor de Misericordia. Mientras tanto que nuestras palabras y acciones sean dignas del amor que nos entrega.

lunes, 26 de octubre de 2020

En la tierra como en el cielo

 

Evangelio del domingo 1 de noviembre de 2020

En la tierra como en el cielo. (Mateo 5, 1-12)


Hace ya muchos años, estaba yo de diácono en San José de la Rinconada, Antonio, un hombre muy bueno, muy cercano a la parroquia, pero con severos problemas mentales, me comentó que habían intentado que entrara en una iglesia evangélica: “Dicen que, si voy con ellos, en el cielo tendré caballos y todo lo que me guste. Pero eso cómo va a ser, si yo tengo caballos, alguien tendrá que cuidar las cuadras. Y volvemos a que haya señoritos que lo tienen todo y jornaleros que no tienen de nada. ¿Cómo va a ser eso el cielo?”. La perspicacia y la ingenuidad de Antonio lo hacían comprender lo que muchos no alcanzan.

Nuestros afanes por poseer, por ser más que los otros, nuestros odios y rencores, nuestras superficialidades y obsesiones, desaparecerán. Nuestra necesidad de acogida y de perdón, nuestra necesidad de amar y ser amado, la exigencia de claridad y de justicia que sentimos, se verán plenamente colmadas. Amor sin posesión, acción de gracias sin sombra, contemplación continua de la bondad de lo creado y del Creador. Eso tendrá que ser la bienaventuranza en el cielo.

La bienaventuranza en la tierra es parecida: la alegría sencilla de quien disfruta de la bondad de lo creado; la alegría serena de quien goza más en el dar que en el recibir; desear de corazón que todos podamos tener una vida cumplida donde expresar lo que llevamos dentro; la alegría de compartir y compartirnos con los que queremos y con los más pobres; contemplar continuamente la bondad de lo creado y del Creador, unidos a Jesucristo, impulsados por su Espíritu.

Y para ir haciéndolo realidad: trabajar y amar; trabajar sencillamente con los dones que se nos han dado; y amar con sinceridad a Dios y a los hermanos.

lunes, 19 de octubre de 2020

Inconcebible

 

Evangelio del domingo 25 de octubre de 2020

Inconcebible (Mateo 22, 34-40)

Escribo este pequeño comentario al texto del evangelio del domingo dolido, todavía, por una noticia que saltó a los medios de comunicación hace unos días. Veintinueve personas han sido detenidas por tener a personas migrantes trabajando en el campo en régimen de semi-esclavitud, aprovechándose de la situación de precariedad y de carencia de estos migrantes de Nicaragua, Guatemala, Marruecos, y otros países hispano-americanos. Los hacinaban en los coches para el transporte sin medidas de seguridad, algunos viajaban en el maletero; a pesar de las elevadas temperaturas de los meses de julio y agosto, trabajaban en muchas ocasiones desde el mediodía hasta la puesta del sol, sin acceso ni siquiera a agua, por lo que algunos de ellos acababan sufriendo desvanecimientos, insolaciones o situaciones de deshidratación.

Después del primer sentimiento de indignación, pensé que alguno de estos propietarios y manijeros podían tener bautizados a sus hijos, ser devotos de una cofradía, decir que eran cristianos; esto me indignaba doblemente… Pero, ciertamente, la ausencia de Dios es tan grande en nuestra sociedad, el ídolo dinero tiene tantos adoradores, que es la falta de fe en un Dios ante quien nada queda oculto, lo que hace que muchos actúen contra su conciencia y contra la más elemental humanidad. La negación de Dios allana la explotación del pobre.

Si explotas a los débiles, ellos gritarán a mí y yo los escucharé, dice el Señor en la primera lectura de la misa. Y el evangelio nos recuerda que el mandamiento principal de la Ley de Dios es amarlo a Él sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Quien se lucra explotando a los más débiles, quien los sacrifica ante el ídolo Dinero, no puede mirar a Jesucristo a los ojos, no podrá decir nunca en verdad que cree en Dios Padre.

miércoles, 14 de octubre de 2020

Fe y política

 Evangelio del domingo 18 de octubre de 2020

Fe y política (Mateo 22, 15-21)

 

En España, tenemos un problema con la política. Muchas veces tenemos la sensación de que nuestros gobernantes no saben gobernar. No es que tengan mala intención, o que pretendan hacer daño a la ciudadanía. Ni siquiera el problema es de las personas; el problema es más grave porque es estructural. Por lo menos así lo creo.

La falta de cultura democrática de nosotros, los ciudadanos, y la lógica de superficialidad y titulares llamativos, impuesta por las redes sociales, hace que nuestro voto no se decida por quién creemos que gestionará mejor los problemas de nuestra sociedad, sino por quién dice la frase más redonda y escandalosa. Quien acusa con más contundencia y maneja mejor los medios de comunicación alcanza la victoria electoral, aunque no sepa después cómo resolver los problemas del pueblo.

Además, las luchas de poder al interior de cada partido político son tan enconadas, y las cúpulas de los mismos tienen tanto poder que quien va escalando puestos en ellos no son los más preparados, ni los más capaces para la gestión de lo público, sino quien más capacidad tiene para la refriega sectaria y para la adhesión incondicional al que manda en ese momento.

La democracia de partidos políticos tiene, como todo en la vida, posibilidades y peligros. Parece que en nuestro caso ahora están pesando más los segundos. Los cristianos, como todos os ciudadanos, hemos de preocuparnos por los problemas políticos y sociales; en nuestra preocupación tiene que estar crear un mundo más justo desde el bien común. Pero cada vez parece más difícil encontrar la manera de hacerlo; y, sin embargo, es imprescindible que entre todos veamos cómo ponernos con efectividad al servicio del bien común.

lunes, 5 de octubre de 2020

Estás invitado

 

Evangelio del domingo 11 de octubre de 2020

Estás invitado (Mateo 22, 1-14)

 

De los satisfechos, líbranos Señor. De esa actitud de autosuficiencia y falsa seguridad que nos aísla de todos, nos hace sentirnos superiores, o nos encierra en la tristeza de la pantalla del móvil, líbranos Señor. El Reino de Dios es de quien, con humildad, se sabe necesitado de Dios y de los demás, de los que se consienten ser vulnerables y falibles, de los que no se ocultan su propio pecado con la certeza de que hay Alguien que los abraza en su debilidad.

El Reino de Dios se parece, nos dice Jesús el próximo domingo, a una fiesta en la que los invitados, llenos de ilusión por la invitación que les han hecho, corren a sus casas a quitarse las ropas de trabajo y a ponerse la ropa de los días de fiesta. Y a la hora convenida van reuniéndose con ganas de cantar, de bailar, de comer juntos, de gastarse bromas y reírse abrazados. Todos alegres por ser invitados por el primogénito del rey de la vida.

Hay quienes no aceptan la invitación; ya tienen bastante comida y bebida en su nevera; o no quieren juntarse con personas de más baja condición social; o la pantalla de su móvil los tiene enganchados por las pupilas; o esperan llegar a ser perfectos esforzándose mucho y llegar impecables a un lugar preferente a ese banquete… Muchas son las razones para no ir, y sólo una para acoger la vida: estar vivo.

A los jóvenes y a los viejos, a las familias y a los que vivimos solos, a los enfermos y a los sanos, a los que llegasteis de lejos y a los que nacimos aquí…, a todos nos llega la invitación de Jesucristo de dejar nuestras rutinas y llenarnos con la alegría de creer, y tener la certeza, de que Dios Padre nos quiere y nos propone caminos para vivir como hijos suyos y hermanos unos de otros. ¡Venga! ¡A ponernos el traje de fiesta!

lunes, 28 de septiembre de 2020

Humanizando el mundo

 

Evangelio del domingo 4 de octubre de 2020

Humanizando el mundo (Mateo 21, 33-43)


Dios hizo el mundo en seis días y al séptimo descansó; y nos dejó a las personas la tarea de humanizar el mundo, la tarea de hacer de una naturaleza a veces salvaje y amenazadora un hogar para todos. Todo nuestro trabajo ha de tener ese objetivo. El carpintero que hace sillas y mesas, hace de nuestro mundo un hogar más cómo y humano; el agricultor que siembra y recoge el trigo, junto con el panadero que prepara el pan, hacen de este mundo un hogar en el que todos tengan el alimento necesario; el poeta que canta al amor y al dolor, el artista que desnuda los interrogantes de nuestra alma…; todos hacemos más humano nuestro mundo. Tú también cuidando las plantas, atendiendo a tus niños, transportando mercancías o gestionando papeles en la oficina; todos podemos trabajar por hacer más humano el mundo que Dios nos ha regalado. Nuestro trabajo es así una misión, un hermoso encargo.

 Pero a veces, en vez de tener ese horizonte en nuestra actividad cotidiana nos volvemos competitivos y egoístas, trabajamos por acaparar y acumular, por vencer al otro. Entonces nuestro día a día es agotador y sin sentido, ni conocemos el descanso, ni nos sentimos impulsados a trabajar alentados por la vida. En vez de recrear el mundo, nuestro trabajo es muchas veces homicidio: destruimos la naturaleza como si no hubiera mañana, explotamos a las personas como si no fueran nuestros hermanos, negamos con nuestras obras que este mundo pertenece a Dios que nos lo ha encargado para que vivamos felices en él.

 El Papa Francisco ha consagrado este mes como el tiempo de la creación y es buen momento para revisar si nuestro estilo de vida está cuidando y recreando el mundo, o si estamos asesinando la naturaleza y el presente y el futuro de nuestros hermanos.

lunes, 21 de septiembre de 2020

En el corazón de su piel

 

Evangelio del domingo 27 de septiembre de 2020

En el corazón de su piel (Mateo 21, 28-32)



¿Qué lleva a una mujer a dedicarse a la prostitución? Fundamentalmente la pobreza y la falta de apoyo familiar en el que sustentarse en los momentos malos. Por eso la mayor parte de las mujeres que sufren esa explotación son inmigrantes pobres. Muchas son forzadas y obligadas violentamente. Otras se pasean por ese abismo pensando que será algo temporal, para conseguir un dinero más fácil. Pero todas quedan heridas porque se dan cuenta que están vendiendo su intimidad, que las están obligando a vender su intimidad, y que les va a costar recuperarla para sí mismas; sufrieron muchos golpes a la conciencia de su dignidad. Es la mayor pobreza. 

Al mismo Jesús lo desnudaron en público, como hacían con todos los crucificados, para escarnecerlo buscando despojarlo de su dignidad personal. Quien está tan abajo a todos comprende, a todos disculpa, de todos tiene misericordia. Sufrir desprecio imprime a fuego en nuestro corazón la ternura con quien sufre.

En el evangelio del próximo domingo Jesús descubre que los corazones de las prostitutas y de los marginados está tan abierto a la misericordia y a la caricia del Padre, que nos los pone como ejemplo a nosotros, las personas supuestamente ejemplares: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios”. 

La justicia de Dios siempre es restauradora de heridas, siempre acoge los sufrimientos de más pobre, siempre se pone en el lugar del último para poder amarnos a todos. Procuremos no cerrarnos a nosotros mismos la puerta de la justicia de Dios a golpe de autosuficiencia, a golpe de indiferencia o condena a los demás.

lunes, 14 de septiembre de 2020

El gusto por la vida

 

Evangelio del domingo 20 de septiembre de 2020

El gusto por la vida (Mateo 20, 1-16)

 


Contemplar cómo emerge el Sol por el horizonte al ir a trabajar por las mañanas; disfrutar de una tarde de sábado de juegos y charla distendida con nuestros niños; ver crecer las plantas que alegran nuestro patio o nuestra terraza; mirar con los ojos de Dios toda nuestra existencia; eso es gustar la vida.

La vida es tan hermosa y humilde que nunca impone su armonía; simplemente nos invita a que seamos niños que juegan, adolescentes que se enamoran, hombres y mujeres que trabajan humanizando el mundo; ancianos que esperan y rezan. La vida no tiene otro pago que vivir.

Amor con amor se paga. Seríamos los más desgraciados de los hombres si quisiéramos comprar con dinero el amor que anhela nuestro corazón. La vida dando vida se agradece. Por eso, poner nuestro corazón en lo que otros van a decir o pensar, en ganar más dinero que tal o que cual, quedar por encima de nuestro vecino a quien hemos convertido en enemigo… es ofender el regalo de la vida.

Vive como quien canta por el mero gusto de cantar. Trabaja en lo que Dios te llama, con sencillez, con entrega. Disfruta la vida que Dios te regala, con alegría, con agradecimiento. Vive con paz. Y, así, hasta los momentos más duros y difíciles tendrán siempre un trasfondo luminoso, el amor que Dios nos tiene.

No te esfuerces por ganar, ni por ganar más que otros; eso es ofender el regalo de vida que te han hecho. Entrégate por entero a dar vida, a recrear la vida. ¿Quién puede ponerle precio a un año, a una semana, a una hora de su propia vida?

martes, 8 de septiembre de 2020

Sobre el rencor y el perdón

 

Evangelio del domingo 13 de septiembre de 2020

Sobre el rencor y el perdón (Mateo 18, 21-35)

 

Quien guarda rencor es como aquella buena persona a quien clavaron un puñal en la espalda, sin esperarlo y de quien menos esperaba. Cuando con esfuerzo y dolor consiguió quitárselo, en vez de tirarlo lo guardó en un cajón de su alma. Desde entonces, de vez en cuando lo coge, lo mira, y con la punta ya herrumbrosa de aquel puñal se vuelve a herir él mismo. Recuerda el dolor que le produjeron aquellas palabras, pronunciadas una vez, recordadas cientos, decenas de veces. Recrea la situación y vivida, y se entretiene en pensar qué tendría que haber dicho para hacerle él a aquella mala persona el mismo daño que él vivió. Se mira herido, hecho víctima, sintiendo pena de sí mismo.

Algún puñal de rencor todos tenemos.

La fe cristiana nos invita a perdonar. El perdón es, primero, una liberación personal. El perdón nos descansa, nos pacifica, nos permite seguir viviendo mirando hacia delante, sin volver constantemente la vista hacia atrás, hacia un agua que ya no mueve molino. Perdonar es, en segundo lugar, una actitud de justicia. ¡Cuantas veces nosotros habremos también clavado algún puñal en la espalda de quien menos se lo merecía! Las más de las veces ni nos acordamos; y cuando lo hacemos no cesamos de disculparnos: “estaba nervioso”, “cosas de la poca experiencia”, “no pensaba que le iba a sentar tan mal”…

Pero el verdadero horizonte del perdón, la experiencia que nos permite perdonar de verdad sin guardar rencor, es la fe en Jesucristo, que en la propia cruz perdonaba a quienes lo asesinaban. Sólo en esa fe encontramos el suelo firme en el que saltar hacia el abrazo de un Padre que a todos perdona.

miércoles, 2 de septiembre de 2020

Tener quien te riña

 

Evangelio del domingo 6 de septiembre de 2020

Tener quien te riña (Mateo 18, 15-20)


Casi siempre tenemos quien nos riña. Y nos da coraje cuando recibimos recriminaciones y críticas, por cariñosas que sean y aun cuando las sepamos bienintencionadas. Pero cuando uno no tiene quien le riña, o se separa y se aleja de quien lo hace, en el fondo se queda solo, y en vez de madurar con el tiempo y las experiencias, se llena de caprichos y de manías. Los que viven solos y los viejos tienen esa tentación.

Puedes haber salvado a un país entero de la dictadura y el enfrentamiento civil; pero, si no das autoridad a nadie para que te señale y recrimine los comportamientos que te separan de la verdad y del amor, te convertirás en una persona egoísta, ensimismada y ajena a la realidad, con la que te darás de bruces en el momento que menos esperas.

Nadie somos “dios”, y todos necesitamos confiar y dar confianza para caminar junto con otros compañeros. Pero caemos tan fácilmente en enrocarnos en el orgullo, aunque sea mucho más fácil vivir en humildad.

En el evangelio de esta semana Jesucristo mismo nos invita a escuchar la voz de los compañeros en la vida –de nuestros padres, hermanos, amigos, incluso de nuestros enemigos- su propia voz. La vida no tiene marcha atrás y nos jugamos lo que somos y lo que seremos en nuestros comportamientos y actitudes.

Escucha a quien te quiere y recapacita. Pregunta con sencillez por lo que haces para que te respondan con sinceridad. Tú eres mucho más que los errores que puedas cometer, pero esa actitud humilde te hará más persona y un cristiano más sincero.

martes, 21 de julio de 2020

Dos ojos; una boca.


Dos ojos; una boca (Mateo 13, 44-52)


El Señor cuando creó el mundo quiso que tuviéramos dos ojos y dos oídos para que supiéramos orientarnos en el espacio y poder tener experiencia de la profundidad. Las personas podemos mirar la superficie de las cosas, y también ver lo que las cosas y las situaciones son en su verdad. Con una mirada descubrimos lo que está más allá de lo que vivimos, con otra encontramos el sentido profundo de la vida. Las personas somos seres abiertos a la profundidad y a la trascendencia de nuestra vida.

En las parábolas, que las lecturas de cada domingo nos ofrecen en estos últimos días, se nos revela un Jesús que es a la vez un filósofo que descubre los dinamismos íntimos de nuestro corazón y de la vida del pueblo; y un profeta que invita a confiar con esperanza en la voluntad de Dios que hace y hará justicia para defender al pobre. Jesús nos enseña también a tener esa doble mirada; por un lado, mirar y ver al pueblo sencillo; por otro, ver y acoger la presencia de un Dios que es Padre de Misericordia.

Pero sólo tenemos una boca porque nuestra palabra solo puede ser una. O le decimos sí a la sencillez y la bondad, a la verdad y a la justicia con toda nuestra vida; o nos vendemos por un puñado de entretenimiento, de comodidad o de dinero a la injusticia y al mal. Sólo tenemos una boca, una vida, con la que declarar quiénes somos y de qué parte queremos estar. Encontrar el sentido verdadero de nuestra existencia es como quien descubre un tesoro en un campo, y todo lo vende para comprar ese campo con el tesoro que ha descubierto. 

Para Jesucristo, tú eres ese tesoro por el que él dio lo dio todo, hasta su propia vida. ¿Por quién estarías tú dispuesto a entregar tu vida?

lunes, 13 de julio de 2020

El poder del silencio


Evangelio del domingo 19 de julio de 2020
El poder del silencio (Mateo 13,24-43)


Los textos bíblicos tienen la capacidad de cambiar el contenido de algunos conceptos que estructuran nuestra manera de pensar: el poder en Dios solo es poder para hacer e impulsar la justicia; su soberanía se muestra, no en el control sino en la acogida y el perdón. Este domingo el libro de la Sabiduría nos hace mirar a Dios desde una posición más alta que la de nuestra propia razón, y desde ahí descubrimos que “el justo debe ser humano” y que todos “tenemos la dulce esperanza de encontrar perdón en el arrepentimiento”. Palabras que merecen ser meditadas en silencio.

En el silencio Dios actúa con más fuerza y eficacia de la que nadie pudiera imaginar: en el silencio la levadura fermenta la masa para hacerla pan; en el silencio la semilla germina en la tierra para hacerse fecunda; en el silencio crece el niño en el vientre de su madre, anticipo de generosidad y de las sonrisas que va a suscitar; en el silencio Dios habla al corazón del hombre y hace más humana y hermosa su vida.

Lo que destruye muchas veces hace ruido, la vida crece en silencio y en silencio vence a la muerte. Las parábolas de Jesús nos hablan del poder de lo pequeño, de lo sencillo, de lo que aparentemente no es nada: una semilla de mostaza o un poco de levadura que en el silencio y la espera muestran el inmenso poder de Dios para hacer crecer la vida.

Nunca pienses que tu vida es pequeña e insignificante, nunca pienses que no tienes lugar en el plan de Dios. Tú puedes ser semilla de mostaza, levadura en la masa, que hace presente el poder de Dios que recrea y se recrea en el amor, la sencillez y la alegría de sus hijos.

martes, 7 de julio de 2020

Por qué habla en parábolas


Evangelio del domingo 12 de julio de 2020
¿Por qué habla en parábolas? (Mateo 13,1-23)


Las parábolas del evangelio nos remiten al Jesús más primigenio y original. Cercano a su pueblo, hablando con sus palabras y sus experiencias, anunciando una esperanza tan deseada como necesaria, mostrando a los sencillos el camino nuevo que él mismo estaba transitando en comunión profunda con el Padre.

Las parábolas saben a brisa de los campos de Galilea, huelen a la sal de los puertos fenicios de Tiro y Sidón, evocan las piedras en las que se sentaban los pobres de Israel a escuchar al profeta que les predicaba. Unos lo escucharían con ansia de verdad, otros con la suspicacia de quien teme encontrarse con un mero charlatán.

Pero las parábolas interpelan a todos. En la sencillez de su lenguaje a todos nos pone frente a nuestra propia inmadurez y pecado, a todos nos sitúan frente a la llamada radical de Dios a vivir de un modo nuevo.

Las parábolas nos hablan de una religión que no quiere convertirse en ley, sino en invitación; de una experiencia de Dios que no busca definirse en frases estereotipadas, sino que abre a una esperanza siempre nueva. Las parábolas no nos dicen qué, en concreto, debemos hacer; respetan nuestra libertad de adultos que han de afrontar con responsabilidad su propia vida. Y sin embargo, siempre dejan el ánimo en búsqueda, en el reconocimiento de tanto como nos falta para vivir en autenticidad. Se exponen a ser manipuladas, a que se las apliquemos a los otros antes de pensarlas para nosotros mismos, a reducirlas al horizonte de nuestra ideología. Pero el Padre de Jesucristo es así: invita con un amanecer, interpela con la presencia de quien sufre, consuela con una oración, abre nuestros oídos con una parábola.

martes, 30 de junio de 2020

Qué es el progreso


Evangelio del 5 de julio del 2020
Qué es el progreso (Mateo 11,25-30)


Hay fenómenos muy significativos en las sociedades avanzadas, conforme al modelo de capitalismo consumista en el que estamos: la baja natalidad, el aumento de suicidios y la normalización de las prácticas abortivas y de eutanasia. Parece como si la comodidad en las condiciones de vida vaciara de interés la propia existencia. Sorprende periódicamente, al leer los sucesos, que a tal cantante de éxito, que lo tenía todo, le faltaba la motivación profunda para vivir.

Cuando el ideal y el horizonte del progreso se sitúan exclusivamente en el ámbito económico, la vida se vacía de sentido; el consumo reiterado, y reiterado, y reiterado de bienes inútiles y superfluos hace de la vida algo, también, superfluo. La vida que se retiene con avidez acaba siendo una charca de agua estancada.

El verdadero progreso ha de tener en cuenta siempre el misterio de la vida. La propia creación, primero, es un misterio a contemplar, admirar y respetar. Vivir en armonía austera, sencilla y gozosa con el regalo de la creación alienta la vida. La propia intimidad de cada persona es un misterio en el que resuena el Misterio de la Palabra, que ha de ser escuchada y acogida en obediencia creyente. El necio orgulloso sabe muy poco del Misterio que lo trasciende. El amor es el tercer misterio de nuestra vida. El amor que es corriente de vida que nos hace ser agradecidos y entregados, cauces de una vida que como el agua que fluye hace fecundos los campos por donde pasa.

Danos Señor, corazón de pobres; haznos sensibles ante los pobres; muéstranos, Señor, la pobreza que nos permitirá acoger la corriente desbordante de Vida en la que somos.